Mi cabeza

Lo que tengo en el pelo ya es un horror. Siempre se termina volviendo un horror, cuando pasan más de dos o tres semanas sin pasar por la peluquería.

Es cierto que, si bien no tanto como para metrosexual, últimamente me convertí en una puta coqueta. Todo lo que mi vieja me pedía que hiciera antes cuando iba al colegio, lo estoy cumpliendo ahora.

No salgo sin haberme bañado. No salgo sin la camisa lavada y planchada. No salgo sin haberme echado perfume en el cuello y en la ropa. No salgo sin haberme cortado las uñas. No salgo sin haberme puesto gel en la cabeza. No salgo sin mirarme varias veces al espejo.

Estoy hecho una mariquita.

Pero lo del pelo es inevitable. No hay mariconeada que valga. Crece raro; crece rápido. Se me hace una onda Elvis Presley. O peor: una onda Sandro. Es un bodoque de pelo eso que tengo ahí arriba.

Cuando me pasan la tijera (o la máquina, en épocas de pobreza) me queda la sensación, al mirar el siempre cruel espejo de las peluquerías, de que eso que están quitándome es un gorro de lana.

La esquilación de una oveja.

Es algo realmente desagradable de ver.

Seguro estoy exagerando. Ni a palos será para tanto. Pero esa es la sensación que me queda.

Y más o menos así es la sensación que tengo cuando me miro en el espejo o en las vidrieras de Avenida Santa Fé.

Hace un ratito caminé por ahí buscando un cajero automático de Link. Parece que los cajeros de Link no existen. Siempre salgo perdiendo en esas cuestiones; siempre me toca la peor opción de todas. Si Link no existe y Banelco está por todas partes, a mí me toca Link.

Igual, tampoco ningún cajero de Banelco me funcionó. Todos estaban cachuzos. Así que tuve que pedir que me bancaran.

Mientras pateaba, me miraba de reojo en las vidrieras oscuras.

Soy muy insistente en eso.

Descubrí que cuando tengo el pelo crecido me conviene no tirármelo tanto para arriba, sino dejarlo caer en un casco, con flequillo, como lo usé toda la vida.

Lo voy a probar mañana.

Capaz vuelvan las viejas épocas.

Y capaz ahí pueda volver a obsesionarme con temas más profundos que mi corte de pelo.

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