Ayer me levanté súper abombado. Por un momento pensé que tenía fiebre.
Y lo volví a pensar unas horas más tarde, justo antes de entrar a trabajar.
Pero no. O creo que no, al menos. Creo que es la calefacción. Las calefacciones. Calefacción en mi casa, calefacción en el auto, calefacción en el laburo.
Así que fiebre ponele que no, pero por lo pronto, y esto seguro, estoy resfriado otra vez.
Lo mío es un cansancio de invierno en Buenos Aires. Debería aprender a abrigarme un poco mejor. Pero me cuesta.
El otro día caminaba por la calle, sobre Arcos, entre La Pampa y Sucre, y entre las dos filas de edificios vi una imagen hermosa: la ciudad a punto de ser atacada por las nubes más negras del mundo.
El contraste de colores de las dos filas de edificios con el cielo era tan perfecto, una escala de grises tan variada, que me hizo acordar a lo que tanto añoraba de la Ciudad cuando vivía en Rosario.
En ese momento supe que en cuanto llegara a mi casa, me iba a tirar en la cama a escuchar algún disco de Piazzolla.
El que primero apareciera en la pila de CDs.
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