La dama del carrito

Hace dos o tres días que estoy obsesionado con un post que no me sale escribir.

Contarlo es reconocer el fracaso. Como una nota al pie de un traductor que diga: “Ok, no sé cómo mierda traducirles esta palabra, disculpen; creo que es algo así como ‘supercalifragilisticoespialidoso’, pero no puedo estar muy seguro”.

Era sobre una chica que trabaja en el shopping, en la parte de limpieza. Lo único que tenía para contar es que me resulta hermosa. Es chiquitita, usa el pelo corto y arrastra su carrito por los pasillos, con una forma de caminar lenta y cansina; cada tanto se para frente a la librería y se pone a barrer ahí y yo la miro mientras vendo algún libro o mientras estoy sentado controlando transferencias internas de stock.

Eso es todo. No hay nada más. Alguna vez cruzamos algunas palabras, porque justo coincidimos en la puerta, y yo un día le pedí en chiste que atravesara su cochecito en la entrada, para que no pasaran más clientes, y ella lo hizo.

Y después de eso nos cruzamos un par de veces más. Y nos comentamos alguna cosa al pasar.

Pero punto. Nada para contar fuera de eso. Su nombre es Cinthia, tiene 21 años y vive en Moreno.

Nada en definitiva. Pero por alguna razón tenía ganas de escribir sobre ella. Y entonces empecé a inventar y agrandar y exagerar. Pero me salió mal una y otra vez.

Creo que lo posteé tres o cuatro veces y siempre lo borré.

Y con eso descubrí que no me sale escribir ficción. No me sale mentir mal. O sí me sale, y de hecho mil cosas del blog son mentiras, aunque no tiene sentido decir cuáles, pero se ve que en esas mentiras uno en realidad se está poniendo a sí mismo tal cual es.

Uno es esa mentira, digo.

O sea: todo hubiese estado mejor, o al menos más puesto en su justo lugar, si esa mentira fuera verdad.

Por eso uno miente bien sólo a veces. Otras no corresponde.

A Cinthia le dije que verla barrer, desde adentro de la librería, era como leer poesía. Y que a mí me encantaba la poesía.

Una frase sumamente estúpida e intelectualoide, que no vale ni dos pesos, y que para colmo la estuve pensando durante un par de días. Pero a ella le gustó. Y se cagó de la risa.

Y después de eso hablamos un par de veces más; pelotudeces. Hasta que el miércoles le pregunté a qué hora salía y le dije que si quería la invitaba a comer al Burguer King que queda ahí a una cuadra, sobre Santa Fé.

Me dijo que no, riéndose. Y puso una excusa bastante lógica. Pero tengo pensado seguir insistiendo.

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