Igual, aunque no tenga tantas ganas de escribir, hay una sensación que quiero rescatar. Y la tengo que tipear para sacarla de adentro. Contarla oralmente no me sirve.
Es algo que sentí anoche en el laburo.
Últimamente todo lo siento ahí adentro de esa librería. Es imposible que sea de otra forma cuando pasás ocho horas diarias en un lugar.
Y todo este asunto de que necesite ponerlo por escrito prueba que no es que no se me ocurran cosas para armar textos, sino que ninguno llega a atraerme tanto como para sentarme y dedicarle un rato de seriedad.
En este caso sí. Es la excepción.
¡Qué paja la que tenía ayer en el laburo!
Había hecho un cambio de horarios entre semana, con un compañero. Me estuvo pasando algo rarísimo. Y es que desde el miércoles para acá, por ese mismo cambio, que me obligó a un madrugón, todos los días a las tipo 12 o 1 o 2 de la noche me tuve que ir a dormir porque me moría de sueño. Y dormía de corrido hasta que se hacía el nuevo día.
Algo horrible, a lo que no estoy acostumbrado.
Lo que pasó fue que el lunes arreglé para que mi medio franco no fuera el martes, como suele ser, sino el domingo -o sea mañana-. Entonces mi compañero hizo mi típico horario de los martes, que es de 18 a 22, y yo hice el suyo, que es de 10 a 18.
Y yo mañana hago el suyo y él el mío, otra vez.
Y eso me cagó toda la semana. Al final laburé de domingo a viernes, todos los días ocho horas. Y para colmo con ese cambio de horario que casi me liquida por completo.
Yo no puedo tener horarios sanos. No lo soporto.
Así que ayer ya estaba liquidado. O tal como lo diría un traductor español –y creo que a esta altura ningún escritor o redactor argentino puede ufanarse de respetar la voz de su época si no pone cada tanto algún giro de la típica traducción gallega-: ¡menudo cansancio el mío, tío!
Amo las traducciones españolas. No sé si me gustaría la literatura yanqui e inglesa si no existiesen.
Entonces ayer laburaba muy a mi ritmo. A lo Riquelme. Tranquilo. Primero miraba el estante al que me iba a dirigir, después pensaba bien mis pasos y recién ahí me lanzaba a esquivar, con cierta cadencia, a los clientes y vendedores, para llegar al libro que buscaba.
Relajado.
Y me permitía quedarme en blanco cuando me preguntaban por la Divina comedia y el nombre del autor no acudía a mi memoria, por ejemplo.
A veces uno debe hacerse esas concesiones.
Ayer era el día.
Y ahí llega la sensación que quería rescatar. Por el salto que pegué.
A eso de las cinco y media llegó el dueño y se puso a leer el diario. Al rato vino y me dijo que quería hablar conmigo.
Me dijo que nos iban a achicar el descanso a la mitad. Peleamos. Yo le dije que las nuevas decisiones de la empresa, que cambiaban las condiciones de trabajo en contra de los que laburamos, eran un claro mensaje de que el empleado no importa en lo más mínimo.
Él dijo que nosotros lo estábamos estafando con un descanso de media hora, porque el convenio colectivo señala que en realidad es de 15 minutos. Y que si descansás media hora en realidad estás laburando sólo siete y media y no ocho.
Yo le dije que hablar de estafa era una barbaridad. Que quienes habían puesto esos treinta minutos dentro de las condiciones laborales habían sido ellos y no nosotros. Y que lo que me hacía sentir mal era que de golpe, de manera perjudicial para nosotros, se decida cambiar las condiciones ya establecidas por ellos mismos.
Él me dijo: ¡mentira! Eso fue un invento del encargado anterior. Yo nunca estuve de acuerdo con los treinta minutos.
Yo le dije: pero al encargado lo legitimaron ustedes. Yo llegué un día y ustedes me dijeron ese es tu jefe. Hacele caso a él. Y él decía que el descanso era de treinta minutos. Y vos sabías que él decía eso. En lo que a mí respecta, la empresa siempre me dijo que el descanso era de treinta minutos. Y ahora me lo quiere acortar. Están cambiando las condiciones con las que me contrataron.
Él insistió en lo mismo como si yo no hubiese dicho nada. Y agregó que los demás compañeros míos no se habían quejado. Que el único problemático era yo.
Y yo le dije que la diferencia, en todo caso, estaba en que yo era honesto. Y que aunque eso a veces pudiera parecer un defecto, en realidad era una virtud que a él le iba a brindar mucha tranquilidad en el futuro, porque iba a saber siempre que lo que yo le dijera sería la pura verdad, en cualquier caso.
Y le insistí en que todo el asunto de los cambios estaba muy mal. Que había un mensaje clarísimo de la empresa en contra nuestra.
Y él me repitió todo lo que ya había dicho. Y agregó que los días en que la librería estuviese llena no íbamos siquiera a poder salir esos quince minutos, ya que en realidad lo de los quince minutos es un favor.
Así que yo me callé. Porque cuando te dicen A y vos decís pero mirá que B, y ellos te insisten con A, quiere decir que se están haciendo los sordos y que la cosa puede terminar a los bifes.
Y yo no me puedo dar ese lujo, porque soy más bien una larva. Y si en una pelea veo que me están por ganar, no me queda otra que agarrar el libro más pesado de todos los que aparezcan a mano, como el diccionario de la RAE, ponele, y empezar a romper cabezas sin miramientos.
La ilegalidad que representa romperle la cabeza a alguien con un objeto contundente me asusta muchísimo. No voy a volver a caer en esa nunca más. Así que intento mantenerme lejos de las peleas.
Después leí el convenio colectivo y vi que no es cierto eso de que cuando hay mucho trabajo yo no tengo derecho a descansar. Así que voy a tener que ir con una copia en la mochila para esos casos. Por las dudas.
Esos 15 minutos van a ser mi bandera. No me los sacan ni por putas.
Lo cierto, y a esto quería llegar, porque necesitaba contarlo por escrito, ya que con la oralidad no me pude conformar, y en cambio ahora mismo, mientras lo tipeo, ya me voy sintiendo más satisfecho, es que después de esa discusión mi nivel como vendedor se multiplicó en 1500.
No sé de dónde salía la energía. Yo creo que era cierta sensación de dignidad que me hacía sentir bien.
La cagada, eso sí, y de eso me doy cuenta ahora, es que yo había dejado los laburos de negrito periodista para dejar de hacerme mala sangre al pedo con estas boludeces.
Habrá que ver.