Es muy loco el asunto. Posteé tanto y tan seguido que ahora no se me ocurre nada que decir. No tengo nada. Pero nada nada.
O por ahí se me ocurren ciertas frases sueltas. Y nada más.
Estoy leyendo El guardián entre el centeno, que hace poco entró a la librería. Tuve que hacer una transfugada para poder comprarlo con descuento. Ya se están poniendo la gorra con eso y sólo te dejan sacar libros cuando hay muchos ejemplares.
De El guardián entre el centeno deberían haber quedado cuatro o cinco, para que estuviese bien sacarlo siendo empleado y no cliente, pero yo lo compré igual y quedaron dos.
Enseguida se vendieron y ahora ya no queda ninguno.
La gente viene cada media hora a preguntar por El guardián entre el centeno y el único que hay en toda la librería es el de mi mochila. Ya tuve una breve charla al respecto con el dueño.
Creo que se termina el asunto de la compra con descuento. Es una cagada; así no tiene gracia laburar en una librería. Ahora me encargaron el área de literatura –argentina, latinoamericana y universal-. Pero no le voy a poder recomendar muchos libros a los clientes, porque no me dejan leerlos.
Ayer quise sacar Open door, de Iosi Havilio, y no pude porque queda uno solo. Al final compré Berazachussets.
En definitiva, lo que quería decir de El guardián entre el centeno es muy breve: me cuesta despegarme de la forma de ver el mundo del narrador, Holden Caulfield. Las mezquindades de las que soy víctima o testigo, por ejemplo: es increíble cómo le estoy quitando el respeto a la gente desde que empecé a leerlo.
La frescura en el discurso de Caulfield. Hace que los discursos que tengo que escuchar en mi cotidianidad se vuelvan frívolos y estúpidos. Simplemente ya no puedo respetarlos.
Eso termina siendo bueno. Me estoy volviendo un poco más punk rock ahora.
Y ya se me va a pasar.
También me interesaba comentar que estas olimpiadas tienen demasiada poca onda. Y que el otro día la vi a Clara Muschietti en la calle y que me enamoré de ella durante siete minutos.
Es la gracia de los blogs y fotologs: uno se crea sus propias celebridades. A esto lo leí hace poco en un muy groso correo de lectores de la revista Barcelona. Y en realidad el que lo mandó es un amigo mío que después me lo mostró.
Ah, y también se me ocurrió lo de Fontanarrosa: escribía muy bien el tipo. Lástima que siempre tenía que darle un final sorpresivo a los cuentos. Y así hacía que muchos parecieran chistes. Los arruinaba desde mi punto de vista.
Uno nunca sabe, por ejemplo: es un cuento excelente. Es realmente espectacular. Pero al final la caga. Al final le termina poniendo una moraleja. Y eso termina incomodando, pero no del bueno modo, sino que incomoda porque genera cierta vergüencita leer un cuento con moraleja.
Igual, hay que leerlo sí o sí. Es excelente. En el párrafo anterior dejé el link. No tiene desperdicio.
Recién entré al anterior blog de Terranova. Lo hago muy seguido y con pésimas intenciones. Siempre lo hice. Y siempre para robarme algo de lo que escribía en la primera época.
Hace unos días me encontré con que hay posts nuevos. Se ve que Blogger.com le quería cerrar la cuenta y entonces la tiene que mantener viva con posteos.
¡Ese blog se niega a morir! ¡Es increíble!
Y ahora se me ocurre otra cosa: me parece que es bastante malo tener referentes tan cercanos. Algunos le afanan a Dostoievski, a Borges, a Chéjov, a Cheever o incluso al mismo Salinger, de El guardián entre el centeno.
Yo intento afanarles a los que les afanan a aquellos, en definitiva.
No puede ser algo bueno.
Aunque para poder considerarme como chorro de literatura, debería al menos ser escritor.
Cosa que ni en pedo. Pero algún día; quien te dice.
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