La de ayer pintaba para ser una tarde genial.
Todo había empezado muy bien: no había luz, y yo tenía mi medio franco, así que me puse a leer algunas cosas de Felisberto, tirado en el sofá, a la luz de la ventana.
En el momento exacto en el que se me antojó que quería meterme en Internet, la luz volvió.
Y me metí y navegué y fui entrando en calor y logré escribir sobre mi viejo. Y conseguí que para colmo el resultado me cayera relativamente bien.
Cosa que nunca me había pasado.
Así que qué bonita tarde.
Seguí navegando y después leyendo y después hablando por teléfono.
Ya llegadas las cinco me metí en la ducha y descubrí que no había agua caliente. Para cuando salí del baño, tiritando como una perra, la cosa ya se había ido al carajo.
Y recién me di cuenta de eso unas horas más tarde, de noche, en la librería, mientras una clienta me hacía llamar a otra sucursal para conseguir un título sobre masonería.
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