Nadie más que el vacío

En la librería, una de mis actividades favoritas, además de controlar y cargar las transferencias de stock, es pasar por detrás de mis compañeras y tocarles el hombro derecho, para irme inmediata y silenciosamente por el lado izquierdo.

Es glorioso cuando ellas se dan vuelta y no encuentran a nadie más que al vacío.

Me doblo en una carcajada muda, para una tribuna imaginaria.

Ellas se limitan a morderse el labio inferior, ahogar una risa avergonzada, sacudir la cabeza y buscar testigos visuales durante unos dos o tres segundos.

Nada más.

Y los clientes la pasan bomba. Aunque no parecen entender mucho lo que está sucediendo.

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