(…) “Mi hermana se fue el primero de enero y yo me quedé solo. Se fue a las tres de la tarde y yo a las cuatro bajé las persianas y no las volví a abrir. Y no volví a salir.
Ahora puedo caminar en pelotas por la casa. No está del todo mal.
Es doce de enero y no lavé ni un solo plato. Eso sí está mal.
La mesa del living tiene un plato con restos de una porción de almendrado que compré para la noche de año nuevo. Está ahí desde hace diez días. Así que una parte del living tiene olor a chocolate.
La otra punta de la mesa está clausurada. Hay un plato con restos de milanesa y arroz. Mi hermana me hizo arroz el treinta de diciembre, antes de irse a pasar las vacaciones a la costa. Me lo puso en un bol y yo lo puse en el freezer y me lo comí unos días después.
El bol está también arriba de la mesa. Hace unos días lo abrí. Quería identificar el origen de cada uno de los olores que salían de mi living.
Nunca vi una cosa igual. La tapa del bol, del lado de adentro, estaba repleta de un algodón rosado. Increíble pero cierto. El fondo del bol tiene una capa de un algodón un poco más oscuro, casi bordó. El algodón nació y creció ahí dentro. Es algo que no puedo entender.
No volví a acercarme a esa mesa. No me animo. Trato de no prender la luz del living y de estar ahí lo menos posible.
Al lado del bol, en la misma punta de la mesa, hay un vaso de algo que fue cerveza. Tomamos cerveza, con mi hermana, la noche de año nuevo.
La tonalidad del líquido se fue oscureciendo con el paso de los días. Ahora es casi marrón. Y la superficie se fue llenando de algo blanco. Supongo que son hongos. Primero eran como islas de hongo, pero después crecieron y se fueron uniendo.
Y pude ver el momento preciso en el que los hongos copaban la cerveza. Esto también es muy curioso. Un día, supongamos que el seis de enero, ya no recuerdo con exactitud, vi el vaso y no tenía nada. Sólo que no me atreví a llevarlo al lavatorio y volcarlo, porque la cocina está repleta de cucarachas. Y no vuelvo a entrar ahí.
Yo vi el vaso el seis de diciembre y no tenía nada.
Un día después me tiré en el living a ver tele y ya estaban apareciendo las primeras manchitas blancas.
Me quedé mirándolas por un rato, asombrado. Una hora más tarde, me acerqué otra vez y los hongos se habían duplicado. Y cinco días después, la superficie del vaso está prácticamente cubierta de blanco.
Eso pasa en la mesa del living de mi casa mientras es enero y se derrite Buenos Aires. Mientras las chicas caminan por Cabildo con los breteles de sus mallas sobresaliendo por sobre las remeritas blancas y sus bermudas de jean rozando el principio de sus muslos.
Hay otros seis platos con comidas en esa punta de la mesa. En algún momento de estas semanas decidí que de ahí en adelante ese iba a ser el lugar de los restos y la basura.
En la cocina está el tacho. Pero ya no entro en la cocina. Sólo pido comida al restaurante de acá a la vuelta.
Como sentado en el living, mirando a los hongos del vaso. Me pregunto si habrá un mundo ahí adentro. Y no sé qué responderme.
Me pregunto si habrá un mundo allá afuera, también. En Cabildo. Si habrá un mundo cuando uno cierra las persianas de su casa y decide no salir.
Hace dos días estaba en la computadora leyendo una entrevista a un escritor. Decía que los escritores jóvenes no tienen apego con la realidad. Que sólo la miran por televisión y no son protagonistas.
Creo que hoy todos miran la realidad por la televisión. No hay otro modo.
Estaba sentado en la computadora, que está en mi cuarto, leyendo la nota al escritor, y vi una cucaracha. Era chiquita. Y veloz. Agarré una zapatilla y le tiré. Era muy veloz. Y entonces se fue. La perdí.
A los dos minutos la volví a ver. Iba derecho hacia mi mano, que estaba apoyada al lado del teclado. Atrevida. Me sobresalté. Me levanté de golpe y la maté.
De modo que las cucarachas trascendieron la cocina. Eso no está bien.
No está nada bien. No me gustan las cucarachas.” (…)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario