Recién volvía de internar a mi abuela. Estaba en la parada del colectivo que me iba a traer desde la zona sur de la ciudad –no me crucé con ni una sola persona durante esa media hora- y de golpe vi cómo un gato bajaba de un árbol.
Primero vi su sombra proyectada contra la pared de una casa de dos pisos. Llegué a pensar que era un spiderman hampón. Algo raro. Pero enseguida noté que era sólo un gato bajando un árbol.
El tipo bajaba de culata. Fue algo digno de ver. Cada tanto pispeaba para atrás arqueando el cogote. Y así bajó y bajó hasta llegar a un metro del piso.
Una vez que estuvo a esa altura, se frenó, giró lentamente su cuello, miró para abajo, solemne, volteó su posición en 180 grados, haciendo equilibrio con sus dos patas traseras, y se tiró con elegancia.
Había que verlo, corriendo como una pantera por esa callecita del sur, yendo quién sabe adónde.
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