Chusmerío

Ayer escuché otra vez a la impresora del laburo. Y aunque le presté una atención especial, el ritmo ya no estaba ahí.

O fue que me lo imaginé o a la chabona tampoco le cae bien el otro encargado.

Capaz todo depende de quién la accione.

El blog tuvo dos picos de visitas, ayer y anteayer, porque Molina puso en su blog un link al post que se llama Arroba Gmail punto com. Durante dos días tuve exactamente el doble de las visitas que suelo recibir.

Fuera de eso, y de ciertas tremendas ganas de dormir, no hay nada destacable. Hoy en la librería estuvo Eduardo Antín, o Quintín, un tipo cuyo blog me gusta bastante, aunque a veces él me resulta un poco gilastrún con sus calificaciones y desconfianzas arbitrarias; estuvo con su esposa y hablaron con una compañera mía acerca de la diferencia entre Buenos Aires y San Clemente.

No son muy interesantes los chusmeríos que traigo. Pero es que no tengo otros.

Si fuese famoso y la gente de Perfil me preguntara cuál es el mejor comienzo de una novela, yo contestaría: “El primer párrafo de Lolita”:

“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta.”

Nunca me gustan los principios de las novelas.

Las primeras páginas son una dificultad que tengo que superar.

Como los primeros cuarenta metros de olas de un bañero que tiene que rescatar a un turista que está metido bien adentro. O como los primeros momentos posteriores al despegue de una nave espacial.

Pero el comienzo de Lolita es el más genial.

Lo releo y no puedo evitar ensayar esa bajada de la lengua por el paladar.

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