Todavía recuerdo mis primeras épocas de banda ancha, que no son las mismas que las primeras épocas de Internet.
Por esa época no sabía bien qué investigar, qué navegar y qué leer. Y de a poco fui entrando en un mundo rarísimo.
Me acuerdo de las columnas de Elsa Kalish en El Interpretador. Esa fue mi primera lectura de textos que se notaba que estaban pensados para Internet.
Yo tenía, no sé, 18, 19 o 20 años. Me acuerdo también de los foros sobre literatura y del conflicto entre Piglia y Nielsen.
Piglia había ganado el Premio Planeta de 1997, con Plata quemada, una novela policial que yo había leído y me había parecido medio chota.
Nielsen había participado en ese concurso con una novela que se llamaba El amor enfermo. Y había quedado finalista.
Resultó que Nielsen se enteró de que Piglia, el ganador, tenía un contrato previo firmado con Planeta para la publicación de la novela ganadora.
Una chantada tremenda.
Entonces Nielsen, un escritor de muchísimo menos nombre que Piglia, que es un súper capo de las letras, empezó una lucha judicial y pública que alcanzó momentos tremendos. Era una rivalidad abierta. Nielsen lo acusaba a Piglia de chorro y Piglia lo acusaba de envidioso.
La pelea se daba mediante cartas cruzadas que salían publicadas en los suplementos culturales de los principales diarios. Y los sitios de Internet literarios las reproducían y tomaban partido.
Al final todo el mundo estaba del lado de Nielsen. Y Nielsen ganó las dos peleas: la judicial y la pública.
Yo a todo eso lo viví como espectador, vía Internet, en mi primera época como cibernauta.
Después conocí los blogs y ya empecé a moverme como pez en el agua en eso de espiar a la gente. Arranqué por el blog de Maxi Tomas, que era profesor mío y siempre hablaba de Internet, después seguí por los que estaban en el blogroll de Tomas: el de Terranova, el del mismo Nielsen, el de Molina, el de Funes, el de Charlotte (¡ahora los tres entran cada tanto a leer mi blog!) y qué sé yo cuántos más. Ya se me mezclan las épocas.
Todo fue hace tan poco tiempo y a la vez hace tanto, que me mareo. Es como si hubiesen pasado siglos, pero fue ayer nomás.
Más o menos por esos años yo laburaba de periodista y tuve un contacto, bastante accidentado por cierto, con Nielsen.
Creo que en algun momento fantaseé con un encuentro en un juzgado, con un embargo sobre mis inexistentes bienes y con la caída de mis sueños, todo con apenas unos pocos años cumplidos.
En ese entonces yo trabajaba en una revista que era propiedad de un candidato a diputado macrista. Un trabajo horroroso y divertido a la vez. Yo le escribía algunas columnas de opinión que salían firmadas por él, lo cual estaba buenísimo. Siempre envidié a Mariano Grondona por haber redactado los comunicados de no sé qué dictadura militar.
Más adelante hice un laburo parecido escribiendo las notas que mi jefe estrella de rock, Zeta Bosio, firmaba para La Nación.
Para la revista también escribia notas-denuncia sobre los huecos sociales y políticos que dejaban los que gobernaban la Ciudad en ese momento. Escribí una nota sobre el Moyano, por ejemplo, que casi nadie leyó, pero que provocó que Soledad Acuña, una diputada súper jovencita, también macrista, que sí la leyó, se fuera a visitar el loquero y descubriera que había matafuegos vencidos.
Eso sí salió en todos los medios y el hospital terminó intervenido. Lo rajaron a Néstor Marchant, el director, que llevaba como treinta años en el puesto. El tipo salió a las puteadas en televisión y todo.
No me acuerdo mucho de cómo fueron las cosas. Sólo que yo entré al hospital por un médico que estaba hinchado las pelotas de lo hecho mierda que estaba todo y que escribí una nota al estilo canal 9; ese tipo de notas en las que el periodista se indigna por el estado del mundo y la desidia.
El médico le llevó la revista a la diputada y le dijo: mire, esto no así no puede ser. Y la diputada vio la posibilidad del rédito e hizo lo suyo.
Cuando Daniel Amoroso, el candidato a diputado que ponía la guita para la revista, ganó la banca, el enfoque editorial apuntó a dar un giro. Y de las notas-denuncia se iba a pasar a hablar sobre cuestiones culturales: libros, cine, teatro, arquitectura.
Iba a haber muchas entrevistas a personajes del mundo cultural, en las que los tipos iban a dar su visión de la Argentina actual.
Ahí yo entrevisté a Caparrós, a Pérez Esquivel y a Nelson Castro. Y empecé a laburar en notitas culturales: le hice una nota a la gente de Editorial Entropía, donde se decía que los chabones jamás habían logrado siquiera recuperar los costos de alguna de sus ediciones.
Y me puse a laburar en un artículo sobre Casa Curuchet, que es una obra arquitectónica de Le Corbusier en plena ciudad de La Plata.
Íbamos a hacer un montón de cosas, junto a Marcelo, un ex compañero de la facultad, súper groso, que por esos días se sumaba al staff.
Pero al final no hicimos mucho.
Para la nota sobre la casa de Le Corbusier yo me contacté con Nielsen, el Petrocelli de las letras, tal como lo definía Marcelo. Me cerraba por todos lados el asunto: arquitecto y escritor, bastante conocido; un tipo que me caía bien, realmente.
Así que le mandé un mail invitándolo a escribir la nota. Era bastante emocionante para mí comunicarme con Nielsen.
Al final Nielsen aceptó y más o menos dos semanas más tarde me mandó la nota.
No me gustó para nada. Hablaba menos sobre la arquitectura de Le Corbusier que sobre la vida de Curuchet, el tipo que le había encargado la casa. Tal vez por el poco espacio que le habíamos dado en cuanto a caracteres, las ideas del texto quedaban un poco a medias y difíciles de entender.
Y tal vez estuve un poco atrevido, siendo que yo era un mocosito y él un escritor consagrado, pero respiré hondo y le mandé un mail pidiéndole que la reescribiera y que esta vez sí usara, tal como le había dicho, Times New Roman 12, a 80 caracteres por línea.
No es la forma usual de medir un texto, es cierto, pero es la que se usaba en la revista, por costumbre. Y Nielsen había mandado todo en Arial 14.
Cuando volví a chequear Gmail tenía tres mails nuevos. Todos de Nielsen. Decía, básicamente, que no iba a reescribir nada, que mi mail lo había ofendido, que él escribía para Página/12 y La Nación, que conocía los códigos y que yo no tenía derecho a pedirle una reescritura, que le pagara lo que le debía e hiciera con la nota lo que quisiera.
Y además me había quitado el abrazo con el que había firmado los primeros mails.
El tipo había ido engranando a medida que escribía. Se notaba. Y creo que si en algún momento hubiese sabido que del otro lado había un muchachito de 21 años, sin un pelo de barba, se hubiese muerto de la risa o me hubiese venido a buscar para cagarme a trompadas.
Ese mismo día redacté una respuesta. Y la envié al otro día. Me veía entrando al juzgado. Me veía escuchando al director de la revista diciendo que la nota no se pagaba. Me veía negándome a poner la plata de mi bolsillo. Lo veía a Nielsen demandando. Lo veía publicando en su blog que yo era un delincuente.
En mi mail, que era súper largo, me agarraba de su incumplimiento en el tema de la tipografía. Le aclaraba que técnicamente yo aun no había recibido la nota con los requisitos que le había explicitado de entrada. Así que le sugería que bajara el tono de la negociación.
Y también yo le quité el abrazo.
Me moría de la risa imaginándome la cara que pondría el tipo si supiera que estaba peleando con un mocoso.
Nielsen me respondió diciendo que estaba teniendo un pésimo año, que estaba algo susceptible y que no la iba a reescribir, pero que estaba todo bien, que salieran como salieran las cosas, no iba a pasar a mayores, que hiciera lo que pudiera con la plata y que llegado el caso, de ser necesario, le pagara un poco menos. Al final decía: “Un abrazo, Gus”.
Por esos días el tema de la revista se fue al carajo, por otras razones distintas. Yo decidí alejarme. Nielsen pasó a cobrar por mi casa y yo aun no había recibido la plata, así que la puse de mi bolsillo y después sólo me devolvieron una parte. Y creo que después de eso no volví a escribir nada más para ellos.
Después laburé de prensero y de ghost writter y unos años más tarde me metí a Love Coach.
Ahora soy librero. Y casi todas las noches me paso dos o tres horas navegando blogs en Internet.
Y mientras escucho música.
Ahora mismo estoy escuchando los temas del nuevo disco -que está muy bueno- de El pony infinito, la banda para la que toqué golpeando una caja y una pandereta durante dos ensayos, hasta que me llamaron por teléfono, sin siquiera haberme escuchado tocar en serio, y me dijeron que al final no querían tener un baterista porque iba a ocupar mucho espacio en el escenario.
Fue Francisco Garamona, justamente, el que me sugirió que me haga librero.
Pero todo eso es otra historia.
¡La historia de cuando me rompieron el corazón!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario