Vainillas con leche de soja

(...)De ahí viene que cada vez que pongo un mp3 de los Cadillacs se me vengan las imágenes de Fisherton a la cabeza.

¡El uniforme del colegio!

Me levantaba todos los días a las seis de la mañana. En realidad me despertaba mi vieja, y yo me bañaba, me vestía, me clavaba unas vainillas con leche de soja –dios mío, me acuerdo patente del gusto y el olor de mis desayunos mientras escucho Niño diamante, de Fabulosos Calavera- mientras miraba asombrado la madrugada de TycSports o Cartoon Network, y después agarraba la bici en el patio oscuro, abría y cerraba el portón de hierro con las manos entumecidas y salía a la noche.

El frío, bo-lu-do, el frío. En Rosario a las siete de la mañana hace un frío distinto al que se conoce en Buenos Aires.

Decir frío en Buenos Aires, siendo porteño y nunca habiendo vivido en el Litoral es casi tan ridículo como decir calor. La clave está en la humedad. Y no sabés lo que es el frío hasta que no fuiste al colegio en bicicleta a las siete de la mañana de una noche rosarina. Y no tenés ni puta idea de lo que es el calor hasta que no tocaste la batería en una sala de ensayo fishertense en pleno enero a las tres de la tarde.

El frío se te mete en el cuerpo, se te mete adentro te vistas con lo que te vistas. Va directo a los huesos. Así de sencillo.

Yo me bajaba el gorro de lana hasta que me tapara la cara por completo, simulando ser un delincuente en pleno golpe comando. Y usaba dos pulóveres y siempre una camiseta abajo de la remera del colegio. Y la campera. Y abajo el pantalón del uniforme y el del pijama también. Y dos medias, obvio.

Al mediodía, cuando salíamos, con el sol de frente, no sabía adónde meterme toda esa ropa, iba manejando la bici con una mano, la izquierda, y con la otra llevaba la campera y uno de los suéteres. Y en la mochila el pantalón de pijama, la camiseta y uno de los pares de medias.

Ahí ya éramos varios: el Traba, la Chole y el Cholo –Ivana; el apodo se lo inventé yo por su apellido similar al del actual técnico de River-. Volvíamos todos juntos. A veces se sumaban Nachito y Miguelito y Banana, que eran del B, pero que igual estaba todo bien.

Todo eso, qué fresco lo tengo mientras escucho ADRB.

“Ni la nostalgia está, de poderte recordar. No existe nada, sólo el anhelo de soñar, verte a vos y saber cómo hacer para quedarme siempre allí y nunca más volver”.


Ah, la adolescencia (...)

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