Cuando paso ocho horas diarias en un lugar, no se me ocurre escribir sobre otra cosa

Morirse siempre rinde. El libro más pedido de la semana en la librería –vale aclarar que es pleno Recoleta- es el de Neustadt. Por lejos.

Y el segundo probablemente sea uno de un tal Gatti, una edición del autor que no se consigue mucho, o al menos nosotros no conseguimos, sobre los Kirchner, y que salió en varios lugares de la tele porque lo recomendó Carlitos Menem.

El tercero es Gente tóxica, de Bernardo Stamateas, el chaboncito ese con cara de cura manoseador de niños, que en realidad es psicólogo, y que por lo menos hasta hace un año salía en unas publicidades súper siniestras, en las que daba a conocer una comunidad -por no decir iglesia- a su cargo, en la que aparentemente él da charlas sobre cómo vencer los temores, ser feliz y todo eso, unas publicidades que aparecían en América.

Siniestras de verdad. Creo que todo el mundo las debe conocer. O capaz las mandaban selectiva y clandestinamente, interviniendo las señales de cable de mi barrio, sólo para algunos hogares entre los que se incluía el mío.

Porque sólo así se entiende que alguien pueda confiar y comprar el libro de ese tipo, que más recientemente en su andar mediático consiguió meterse como psicólogo del plantel de Atlas, un equipo de la primera D que tiene un programa de cable en Fox Sports, bastante conocido, donde hacen una especie de reality sobre la campaña del club.

Y él aparece siempre preguntándoles estupideces de manual a los jugadores y haciendo sus análisis y sacando conclusiones que uno ya había sacado veinte minutos atrás sin demasiado esfuerzo.

Un tipo recontra siniestro. Y ahora es uno de los best sellers del momento. Increíble. Inentendible.

Igual, creo que mi sueño final en la vida es escribir libros de autoayuda. Son los mejores, los que más venden y los que tienen los títulos más poderosos del mercado. Así que no me atrevería a subestimar.

El cuarto libro, justamente, es el de Ari Paluch: Combustible espiritual.

Pero el primero es el de Neustadt, repito, y eso es porque morirse siempre rinde.

Capaz si a Matayoshi –sólo por mencionar a alguno- le pegaran un tiro durante una toma de rehenes en un supermercado chino, al fin se vendería el ejemplar de Gaijin que está vegetando hace años en la estantería de nacionales.

La noticia: los escritores de la joven guardia no venden un joraca.

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