Me siento un poco ofendido cuando en una conversación alguien dice que la televisión actual es una mierda. Que no tiene nivel y esas cosas. Odio que digan que la prueba de eso es que el programa más visto es el de Tinelli, poniéndolo como sinónimo de basura.
Lo odio porque siento que me quedo afuera. De golpe esos que comparten la mesa conmigo se convierten en elitistas culturales y yo en el personaje que tiene un pésimo gusto y que no sabe diferenciar la mierda del dulce de leche.
Bailando por un sueño me parece de lo mejor que he visto. El programa tiene toda una estética propia; un humor a la vez burdo y a la vez sutil. Lo burdo se vuelve sutil, de hecho, como en Crónica TV, cuando ellos se satirizan a sí mismos.
La placa roja que dice que Batman fue el único testigo, no busca engañar a nadie. Lo mismo pasa con Tinelli haciendo bailar a las Rickytas, mientras le pone cara de goma a la cámara.
¡Y logra que te mueras de gracia y de vergüenza a la vez! ¡Dos emociones súper potentes en un solo acto! Largás la carcajada de idiota, casi con el mismo sonido que hacía la carcajada de Larguirucho, y te tapás la cara, chequeando de reojo que la persiana esté bien baja para que no te vean los vecinos de enfrente.
Algunos podrán decir que la idea de Bailando por un sueño es robada, comprada e importada, pero la verdad es que igualmente me parece un programa de lo más original. Y la originalidad está en el estilo.
Nunca, jamás, a la hora de leer una novela, me importó el argumento, sino la forma en la que estaba escrita. Sin ir más lejos, los mejores libros, desde mi gusto, son aquello cuyo argumento casi no se puede describir.
Tinelli hace el personaje de un idiota exquisito. Hay idiotas e idiotas. Idiotas malos e idiotas buenos. Y el de Tinelli es el idiota más creíble de la actualidad. El anterior, creo, fue Panigasi, de Gasoleros.
Hay una absoluta naturalidad en muchos de sus diálogos, donde el tipo dice la misma obviedad que cualquiera de todos nosotros diría, y otros son tan burdos que lo obligan a uno a ruborizarse como un enamorado que acaba de ser descubierto.
Dudo que eso haya sido importado.
¡Es genial! ¡Y encima tienen a Laura Fidalgo!
Otros programas, como CQC, me resultan relativamente interesantes, pero en algún punto fingidos. Demasiado perfectos en apariencia, diría; rara vez vi un error en CQC. Una vez volvieron de un corte y un productor se cruzó corriendo por delante de cámara. Una mancha roja que pasó velozmente.
Y nada más. Nunca más.
Una búsqueda constante de ser un groso. Y a mí lo que me divierte es un tipo que se parezca lo más posible a Homero Simpson.
El otro día leía en Target, una revista de Marketing, que CQC es el máximo representante publicitario de cara a un público que piensa mucho en artefactos como un DVD, un Home Theater y un TV pantalla plana. Y que Bailando por un sueño apunta a un público que piensa más que nada en gaseosas, alfajores y papas fritas.
Yo claramente soy del segundo grupo. Es cierto que si me das a elegir entre un Home Theater y una lata de Coca Cola voy a elegir el Home Theater. Es verdad. Pero, mierda, durante todo el día me la paso pensando en qué me voy a comprar para comer durante la media hora de break: si un pebete de jamón y queso o un paquete de 3D o un paquete de Pepitos.
Nunca en mi puta vida me sorprendí a mí mismo pensando en un Ipod. Y digo más: lo juro, no sé lo que es un Ipod ni para qué sirve.
Y es que no hay ningún artefacto que me interese de verdad, más allá de la tele. No pienso en ninguno de ellos cuando estoy lejos de la posibilidad de usarlos. Pero en la tele sí. En la tele pienso durante todo el día.
Y la culpa de eso la tiene la televisión basura.
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