No lo conté nunca porque no tengo pruebas, y también porque supongo que para nadie es importante que lo haga, pero resulta que el año pasado estuve a punto de ser el redactor del libro oficial de la vuelta de Soda Stereo.
Ni más ni menos. El trabajo más importante de toda mi vida: trunco.
Ya había empezado a laburar en eso cuando se cayó el asunto.
Había entrevistado a Zeta, a quien veía todos los sábados por laburo, y había arreglado un par de entrevistas sucesivas con Alberti. Con Cerati nada; me resultaba imposible conseguirlo, aunque iba contratado por la productora de su banda.
Pero igual ya había empezado a escribir.
Era un libro de fotos de toda la primera época de la banda. La idea era hacer unos pequeños textitos y epígrafes, en los que los tres personajes dialogaran comentando los recuerdos que las fotos les disparaban.
La onda era que quedara algo así como:
Alberti: -Uhhh, ¡esa foto es de nuestro primer recital!
Cerati: -Mirá lo que parecía yo con el pelo así, jajaaaaaaaa.
Bosio: -Y mirá los pantalones que tenías puestos: ¿te acordás de que estuvimos toda la noche anterior pegando las lentejuelas? ¡Qué colgados!
Cerati: -¡Qué épocas esas! ¡Éramos tan under!
Y todo tenía que salir de las declaraciones que ellos me dieran, por separado, durante las entrevistas.
Ya había hecho algo parecido un año antes, con un libro que salió publicado con el nombre de Zeta. Esa vez yo escribí el prólogo en primera persona firmado por él, los epígrafes y unos textitos breves que servían como separadores. Figuraba en los créditos como Editor Literario.
No lo llegó a junar nadie. Pero parece que Kon, que es el capo de la productora de SS, sí. Y le gustó. Y entonces quiso repetir la fórmula y me llamó a mí y a la encargada del arte.
Una fórmula súper económica, de paso.
Y entonces empezamos a trabajar y a pelearnos entre nosotros y todo eso.
Esa época fue un verdadero quilombo. Y al final, como dije, todo quedó trunco, básicamente porque los tres tipos se llevaban demasiado mal entre sí como para lograr hacer algo que no fuera lo estrictamente firmado. De entrada se habían mostrado interesados, pero enseguida se les pasó.
A los otros dos músicos les jodió mucho que los encargados del libro fuéramos parte del equipo de trabajo diario del bajista.
Celos profesionales, digamos. Ni siquiera llegaron a leer algo de lo que estaba escribiendo.
Y chau libro.
Unos meses más tarde salió publicado uno, firmado por Marcelo Fernández Bitar, que es el biógrafo oficial de la banda. El libro tenía cero texto; eran sólo las fotos y una bío cortita. Y ellos ni pintaban, ni como autores ni como opinadores.
Me sentí un poco mal cuando lo vi en la librería, pero me terminó consolando el hecho insoslayable de que era un libro aburridísimo: un álbum de fotos familiar, sin siquiera el descanso de esos stickers tan chistosos que venían antes con tu revelado de Kodak.
Fotos y fotos y fotos. Y sólo fotos.
Pero lo que más me sorprendió de todo este asunto, fue que prácticamente no sentí dolor de haberme perdido ese laburo; el más importante de todos los que perdí. Pasó de largo y ya. Al otro día ya estaba pensando en otra cosa.
Incluso, mientras lo tenía, no lo disfrutaba en lo más mínimo. Era, más que alguna otra cosa, un sufrimiento, el hecho de laburar en ese ambiente de imbecilidad.
Aunque seguí ahí metido durante un par de meses más, como encargado de prensa del sello del bajista y como productor de su programa de radio.
Doce o diez horas de laburo diario por un sueldo inferior al mínimo legal. Y puteadas por teléfono, presiones ridículas y todo eso.
Entonces un día renuncié. Y al poco tiempo me metí a Love Coach.
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