A veces, no entiendo bien porqué, me pongo a escribir poesía.
Es un camino bastante desconocido. Jamás, o casi jamás, leí poesía.
Algo de Cucurto; algo de Casas, esta semana, que me encantó, y algo de él que ya había leído en el pasado; algo de Benedetti; y algo de Bukowski.
Bastante de Bukowski en realidad.
Lo que pienso cuando se me da por escribir poesía es que soy un garca; un trucho cualquiera.
Imaginate lo que sería: un poeta que lee novelas. ¡Guácala! ¡Novelas y nada más!
¡Pero es que escribir poesía me parece más fácil que narrar!
Y, además, termino quedando más pipón cuando escribo en verso.
Así que no sé qué deparará el futuro.
Hoy, bien tarde, entró una mujer muy linda a la librería. Siempre entran mujeres lindas porque Recoleta es, justamente, un barrio de mujeres lindas.
Aunque ésta tenía acento de extranjera; de algún otro país de Latinoamérica.
La chica se llevó doce libros de Agatha Cristie. Y me ronroneó que la ayude a comprobar que en su pila no hubiese alguno repe. Y de paso, que no se estuviese olvidando de llevar nada de la autora.
Después entró su marido y pagó. Un tipo de dos metros, más o menos, y musculos.
Y se fueron.
Ya eran casi las diez de la noche y la librería se vació y empezamos a cerrar. Entonces, apostado en la puerta en mi lugar de patovica, para que no se cuele ningún intruso nuevo, agarré Fervor de Buenos Aires, del finadito Borges, y me puse a leer el poema Amanecer, que dice que si el mundo es una construcción de nuestras imaginaciones sin base ni volumen –como sostiene cierta corriente filosófica-, Buenos Aires podría ser borrada de un plumazo, por Dios, en cualquiera de las próximas madrugadas, cuando nuestras imaginaciones en su mayoría están durmiendo.
Y decí que siempre habemos algunos trasnochadores que la salvamos, que si no…
Acá en mi casa no tengo mucha poesía nueva para leer. Al menos no en papel.
Y dudo que a esta hora, en Internet, alguien supere a Borges y Casas.
Así que mejor me voy a dormir. Y que de Buenos Aires se ocupe otro.
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