Toda la historia de volverme chiquito se está yendo al carajo.
Pero siento aun -¡con la derrota a la vuelta de la esquina!- algo del ímpetu de hace pocos días, cuando la infancia aparecía fija como el único destino posible, ahí en el horizonte.
Lo siento como algo lejano, es verdad; capaz sea sólo el recuerdo de aquel sentimiento y nada más.
Pero me resisto. No pudo haber muerto del todo. Juro que no.
¡Y si se murió, pues entonces resucitará! ¡Una y mil veces! ¡Como dice Almafuerte, viejo y peludo!
Hay clientes que te hacen la vida muy difícil. Y ahí la empresa no se vuelve tan solo complicada, sino que se ve directamente postergada.
¡Si hasta hay momentos en los que me descubro olvidadizo de aquella vieja intención!
Sólo te reconcilian aquellos que miden menos de un metro y gritan sus pavadas con absoluta felicidad y convencimiento.
O los ya grandotes que, sin embargo, juntan fuerzas de quién sabe dónde, y caminan dubitativos hasta el mostrador para preguntarte, con sus carotas simpáticas, si ahí se venden anteojos para lectura.
La historia sigue. Si unos 300 o 700 griegos se bancaron a cientos de miles de persas en las Termópilas, y si unos cuantos guerrilleros cubanos, con un asmático a la cabeza, tumbaron a Batista, yo puedo conmigo mismo.
Algún día seré chiquitito.
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