Qué terrible, Michael, en qué parte del cosmos andarás contando tus historias.
Eras el tipo más mentiroso del mundo. Te decíamos El Aventurero, porque siempre tenías una barbaridad para contar. De ahí lo achicamos a Aventura y al final yo te puse Ace Ventura.
Contabas por ejemplo de una vez que lo habías ido a ver a tu viejo a jugar a la pelota, a no sé dónde, y en medio del partido se había armado una pelea tremenda, pero tremenda tremenda.
Una batahola con detalles de lo más delirantes -vos parecías haberlos visto todos como desde el cielo-, que ahora diez años más tarde se me escapan, y tu viejo se había cargado a tres o cuatro o cinco rivales juntos, y no conforme con eso contabas que vos también te habías metido y habías agarrado de atrás a uno mientras tu viejo lo castigaba por delante.
Y también tenías una, la máxima que contaste jamás, de un tipo, conocido de no sé qué pariente tuyo, que estaba regando en el patio de su casa y de golpe se quedó sin agua.
Primero se había limitado a mirar sorprendido la fuente de su nueva desdicha, pero después había mirado fijo hacia el agujerito de la manguera y finalmente se lo había puesto en la boca para succionar con toda su fuerza.
La historia empezaba ahí, en realidad, ¿te acordás, Michael, maldito embustero? Porque adentro de la manguera resulta que había una víbora. Una víbora que el tipo se tragó por completo y que una vez adentro de su cuerpo lo había picado y picado hasta matarlo.
Y el pariente tuyo, que conocía a este tipo, nos contaste vos, había estado en el velorio y todo.
Tenías mil historias, hijo de puta. Y las contabas sin ponerte colorado. Y cuando te decíamos que dejes de mentir te cagabas de la risa y nos decías que los culpables éramos nosotros porque no teníamos vida.
Necesitábamos escucharlas, decías.
Lo último que supe de vos fue que te volvías a Estados Unidos, pero una vez, después de eso, me pareció verte, con barba crecida (¿¿¿será posible que vos te hayas conseguido una barba crecida, desgraciado hijo de puta???) en Cacique, ahí en Fisherton.
No me saludaste, aunque yo te miraba fijo, así que capaz no eras vos, pero me pareció que debajo de la barba había una cara igualita a la tuya, aunque ya adulta.
Y hace unos años escuché que tu hermana estaba de novia con alguien del barrio. ¡Con alguien que no era yo, Michael! ¡Con lo linda que era tu hermana! ¡Y nunca me la entregaste aunque te lo pedí más de mil veces, puto de mierda!
Pero esa noticia, la de tu hermana, me dio la pauta de que tal vez vos y tu familia seguían viviendo cerca.
Recién me estaba acordando de cuando íbamos juntos a lo de Roxana. Y después nos quedábamos por ahí. Qué manera de pelotudear por esa época, carajo. Tardes enteras al pedo. Girando y girando en nuestras bicis.
¡Las historias que te inventabas en aquellas tardes, Michael, con tu acento innegablemente rosarino!
Como la del chorro que te vino a afanar con un tramontina en la mano, que te pidió que le des todo ya o te cortaba el cuello, y que vos, personaje, te pusiste a chamuyarlo y chamuyarlo, hasta que le terminaste comprando el tramontina en dos pesos.
¡Pendejo de mierda!
Mil historias como esa te contabas en esas tardes. Y a la noche a veces los invitaba a vos y a Andy Cotello a dormir a casa y jugábamos durante horas al Sega o al Family Game. Se me escapa el detalle, que sería fundamental para determinar la época, aunque yo siempre llegué tarde a los videojuegos. Cuando el resto estaba con el Family yo le daba al Atari; y cuando me compré el Family ya todos estaban con el Sega. Y así siempre. Pero jugábamos igual.
Hasta que un día te metiste de pupilo en Casilda. Y nunca voy a entender cómo alguien pudo tomar una decisión tan estúpida. ¿Pupilo en Casilda? ¿Y dejarnos a todos nosotros, perdidos en Fisherton, con nuestras vidas mediocres, sin escucharte contar boludeces?
Me ofenden los cursos separados que tomaron nuestras vidas, Michael. Y a la vez me pregunto qué mierda estarás haciendo en este momento.
Y cada vez que alguien me cuenta una historia estúpida, yo le cuento la de la víbora; te juro.
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