Manifiesto Ninja IV

La marcha avanza a pasos agigantados.

Y la última fue una semana muy productiva.

A la infantilada de ponerme a escribir sobre cuestiones políticas coyunturales desde el punto de vista de un niñato inocente –lo cual me salió sin la menor intención-, ya se le puede sumar la primera lectura emocionada -de toda mi vida- a El Principito.

Fue el sábado y me tomó el tiempo de una media hora. De lo más recordable.

Y me dejó maravillado. Aguante Saint Exupery.

Y aguante la lectura para chicos, que si todo sale bien, además de la del presente, va a ser mi lectura del futuro.

Hay algo en el ritmo de los cuentos infantiles que me seduce mucho. Y en serio. No lo estoy pudiendo evitar.

Diría que es una sensación parecida a la de tirarse de un tobogán, pero estaría robando la frase.

Y como si todo esto fuera poco, y como si todos estos avances no fueran ya mucho más de lo que podía esperar de mí mismo, ayer mientras acomodaba unos libros en el trabajo, sentado en el piso, descubrí que una nena de unos cinco o seis años me estaba mirando fijo.

Pero fijo fijo fijo fijo. No me sacaba la mirada ni para pestañear.

Y como si nada, casi sin pensarlo, porque fue una reacción de lo más natural, en vez de sonreírle y hacer algo de lo que cualquier adulto hubiese hecho, la miré yo también fijo, con cara de sabandija, y le saqué, bien firme, la totalidad de mi lengua.

Hecho eso, y ante su cara de “no me importa”, me di vuelta y seguí acomodando libros.

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