Hay una cuestión que me aburre especialmente, al punto del hartazgo, y es eso de que uno tiene que ser siempre uno mismo. Me resulta insostenible la idea tantas veces defendida de que uno debe desarrollar su personalidad.
Incluso a veces alguien te dice: “Es que vos, loco, no tenés personalidad, gil de goma”.
Aburrido.
Con personalidad uno conquista más mujeres, sin duda. Pero qué embole.
Oliverio Girondo ponía eso de que la vida no tendría sentido sin la transmigración. Será tal vez un poco la influencia de Espantapájaros, pequeño librito que leí varias veces porque me partió la cabeza de entrada, lo que me hace pensar así.
Aunque claro está que por más que lo he intentado (tomando impulso, corriendo a toda máquina, para introducirme en los cuerpos de otros, sólo logre romperme la nariz después de durísimas colisiónes) nunca logré meterme en otro cuerpo.
De modo que eliminamos esa posibilidad. Y la única que queda es ser el Johan Cruyff del Mundial ’74 en el living de mi casa.
Y no se me puede echar la culpa a mí por estas necesidades: ese equipo sí que jugaba bien. En el gol que hacen en la final contra Alemania, apenas sacan del medio, Cruyff cambia posiciones con el central derecho, que sale disparado para arriba y se convierte en un delantero. Después tocan y tocan, con su capitán empujando desde abajo, y con los alemanes viéndola pasar, hasta que el mismo Cruyff se calienta, la agarra, mete un sprint con alguna gambeta de por medio y fabrica un penal.
Cualquiera quiere ser Cruyff.
Yo no podría vivir rodeado de mujeres si eso significara renunciar a la posibilidad de ser Johan Cruyff, al menos una vez cada tanto.
O como me pasó el otro día, mientras leía “El americano tranquilo”, la novela de Graham Greene que tiene a la Guerra de Indochina como escenario.
Fueron tales las ganas que me dieron de ser un reportero en una guerra, o mejor dicho, en varias guerras, como hizo Kapuszinski, y conocer once dialectos africanos y entrevistar al rey de Zamunda y coquetear con la muerte y esquivar bombas y mirar en primera persona una misión de la fuerza invasora (como le pasa al protagonista, Fowler, que logra subirse a un avión que bombardea una ciudad tomada por los vietnamitas) y ganar plata mandando cables y después escribir libros tan impresionantes y de tanta calidad como este blog.
Qué novela esa, la de Greene, una historia tan atrapante que te deja fanatizado leyendo durante horas; un poco de política e historia, un poco de guerra, muerte y atentados terroristas y otro poco de color rosa, con un triángulo amoroso incluido y un par de traiciones.
Te hacés íntimo de los personajes. Te convertís en uno de ellos.
Hay que estar abierto a estas cosas.
Ese día caminé por la calle personificado en un cronista bélico.
Sí, señor.
Y hoy soy un DT. Soy el DT de River. Y ahora voy a dejar de escribir porque me tengo que poner a armar la lista de mis once jugadores titulares más los siete suplentes.
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