El domingo, mientras miraba Fútbol de Primera, llegué a tener ganas de festejar las jugadas de Boca.
Los envidio muchísimo a esos desgraciados ¡Y qué jugador es Riquelme!
Ya escribí sobre él. Eso de que él juega a otra cosa; que piensa en otra cosa distinta a la que piensa el resto de los jugadores y que sabe algo que los demás no.
Está clarísimo. Se hace el sota. Empieza la jugada por la derecha, despacio, lento, tranquilo. Frena. Lo repiensa, se arrepiente, toca atrás y vuelve a empezar. La pide y arranca por izquierda. Y justo cuando parece que ahí va la máquina... él se frena y la toca de nuevo para atrás. Y empieza otra vez por derecha.
Y la hinchada de la selección chifla y los periodistas le buscan reemplazante.
Se hace el sota.
Y entonces ahí, bien de golpe, la pide, otra vez, y como si nada, como si no fuese gran cosa, mete un toquecito justo -¡Justo!- para dejar en el camino a dos o tres rivales sin siquiera tomarse el trabajo de gambetearlos, de ganarles en velocidad o de hacerles un dos-uno.
Un toquecito nomás. Uno que nadie ve salvo él y a lo sumo Bochini. De primera. Sin siquiera pararla.
Y ahí adelante están esperándolo Palermo y Palacio, sin duda los dos mejores, como dijo él, para hacer lo suyo y salir a festejar.
Es duro confesarlo. Y creo que es la segunda o tercera vez que lo hago: me gusta que a Riquelme le vaya bien. Si es con la camiseta de Boca, bueno, mala suerte. Pero prefiero que le vaya bien.
Y creo que lo de este año va a ser inevitable. Si bien San Lorenzo y River van a levantar y van a armar unos buenos equipos y si bien Lanús, Estudiantes y Arsenal van a estar también en un muy alto nivel, lo de Boca va a ser imposible de parar.
Tienen a los mejores jugadores. Y una calma y una paciencia implacables.
Nada le gana a la calma y a la paciencia.
Y además tienen a Riquelme.
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