El Mago

El otro día estaba en una fiesta familiar y de golpe apareció un mago.

¡Cómo los detesto!

El tipo se armó un escenario y arrancó con sus payasadas. Ahí nomás todo el mundo se calló la boca y empezó a hacer cada una de las giladas que propuso. Cuando él decía aplaudan todos aplaudían, cuando él decía ríanse todos reían y cuando él preguntaba acerca de la cantidad de caras que tiene un dado todos decían seeeeeeeeeeeeeeeeeis (algunos gritaron sieeeeeeeeete o cuaaaaaaatro y uno al lado mío gritó nueeeeeeeve).

Lo peor de los magos es que son absolutamente incapaces de hacer un show por las suyas. Sí o sí necesitan hacer pasar a alguien del público.

Es un ritual que me parece detestable. Es lo más parecido a pasar al frente en el colegio: nada bueno puede salir de ahí. La profesora se divierte porque vos -obviamente- no tenés ni la más puta idea de a qué velocidad cae una piedra si la tiran con una fuerza x, desde una altura x y con un viento de x kilómetros por hora.

Y tus compañeros de curso se divierten porque vos ya no encontrás la forma de remarla y ponés excusas estúpidas... ¡hasta que te hinchás las pelotas! Te empezás a pelear con la profesora y terminás yendo a la dirección con un tremendo quilombo encima y con una cita a tus viejos en el cuadernito verde, que es -ni más ni menos que- el de las comunicaciones.

Sí, lo admito: tuve una primaria complicada académicamente hablando.

En el secundario los profesores ya se resignaron y me dejaron en paz, con la condición de que no molestara. Incluso nos permitían, sólo a mí y a otros tres sabandijas, que nos vayamos al fondo a jugar al ajedrez.

Después en la facultad ya fui un groso y fui semestre a semestre tachando la lista de materias por aprobar con la facilidad de un as y con la admiración de mis pares. Y esta aclaración la hago porque estoy mandando muchos CVs y los potenciales empleadores podrían estar googleándome y leyéndome.

A ellos los saludo con atención y les digo: juéguensela, soy un buen chico, de buena crianza, sin vicios, con un talento incalculable y una visión de futuro que asustaría hasta al más ambicioso de los yuppies. Yo, señores, puedo ser lo que su empresa necesita. Yo no tengo límites; no tengo techo. Y cuando voy a depositar un cheque millonario, lo deposito mejor que nadie; cuando me pongo a archivar documentos lo hago con tal maestría que hasta los gurúes archivadores se admirarían si me vieran y cuando escribo un informe sobre lo que sea, incluso sobre cuestiones ñoñas como las entradas y salidas de un stock, lo hago con semejante ritmo -sólo Palhaniuk sabría lograrlo- y gracia que hasta los chicos de limpieza y mantenimiento se pelean por leerlos.

Así que fíjense ustedes nomás qué quieren hacer con ese CV que les mandé.

El mago hizo pasar a una persona por cada truco que se le ocurrió. No sé cuántas víctimas fueron. Pero sí se que fue tal como tenía que ser: todos se mataron de risa menos los pobres desgraciados que cayeron en la volteada.

Él (o sea, El Mago Marcos) se la pasó bomba boludeándolos (porque no hizo otra cosa que boludearlos) y cobrando su cheque al final del acto. Y los que estábamos en el público nos la pasamos bomba porque no hicimos otra cosa que reirnos a gritos de lo aparato que se puede ser cuando se cae por sorpresa arriba de un escenario.

Esa noche, mirando lo que pasaba ahí arriba, vi varias veces esa expresión en sus caras; esa en la que uno se pregunta:

"¿Cómo corno fue que la vida me trajo hasta acá? ¿Qué mierda estoy haciendo yo en este lugar? ¿Por qué, Dios, por qué?"

Yo sufrí por ellos. Sufrí por mí.

Y cada vez que el tipo se puso a mirar al público para buscar una nueva víctima intenté hacerme chiquito, camuflarme atrás de otros. Apelé a mi tan bien desarrollado sentido de la invisibilidad. Años de desaparecerme por completo cuando había que armar las carpas en los campamentos. Años de evaporarme cuando en esos mismos campamentos se ponían a reclutar a los que no habían cocinado para hacerlos lavar los platos y las cacerolas.

Años y años (de un talento que ya no uso, gracias a mi adquirido amor por la resposabilidad y proactividad [atentos, empleadores]), porque la única forma de que la de física no me llamara al frente era desaparecer.

Y desaparecí, claro. Otra vez. Y lo hice muy bien. Tanto que si lo hubiese hecho arriba del escenario todos habrían aplaudido a rabiar ¡Hasta lastimarse las manos! ¡Porque no cualquiera, eh! Si hasta hice la de ir al baño y tardar mucho ahí adentro. Todo hice. Si hasta zafé cuando hicieron que mi padrino eligiera a la próxima víctima (cuando sos de los que quieren zafar, pasás a ser la presa más deseada; me lo confesó. Y todavía se pregunta adónde corno me había metido).

Cuando terminó el show tomé los aplausos al mago -que apenas si había hecho desaparecer una tarjeta de crédito- como propios y agradecí en silencio.

Años son.

No hay comentarios.: