En su momento llegué a cortarme el pelo, por un peso, en la escuela de peluquería que estaba en Cabildo, casi Gorostiaga.
Ahora la mudaron (el cartel dice "no sabemos dónde") y tuve que empezar a ir a una peluquería de verdad, que empezó cobrando siete pesos y que en un in crescendo mensual terminó en los diez. Está todo bien; es un buen precio. Aunque yo sólo me paso la máquina con el peine número cuatro; bien redondo.
Ahora durante tres semanas estuve todos los días queriendo ir. Cuando te cortás con máquina y tenés mucho pelo (ondulado) llega un punto en el que la situación se hace insostenible. Ese punto llegó hace tres semanas. Pero la verdad es que últimamente cuando no estoy trabajando estoy durmiendo. Y cuando no estoy haciendo ninguna de esas dos cosas ya es de noche. Y de noche la peluquería cierra.
Recién, hace dos horas, me agarró desesperación. Esa perra. Mala consejera. Pero me vi en el espejo y parecía un rollinga. Un espanto. Así que caminé por Cabildo hasta encontrar una peluquería abierta.
Domingo a la noche; no es fácil. En Nuñez me encontré con una cadena bastante conocida por su nombre. Me metí y pedí que me cortaran. Una chica relativamente linda me lavó el pelo. Después vino el peluquero. Como el precio era tan caro, ya de antemano había decidido hacerme algún corte loco. Con tijera.
Consejo: nunca confíes en un peluquero que tiene un desastre en la cabeza. Algo falla ahí.
Si vuelvo, no pido por Carlos. Pido por Prellezo, el asesino de Cabezas. Por suerte tengo un gorro de lana de Adidas que es una masa.
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