Hace poco me explicaron algo sobre la importancia del "in crescendo" en aquellos cuentos que buscan cachetear al lector, ya sea desde el humor o desde el golpe (bajo) de efecto.
A mí me encantan esos cuentos, la verdad. Prefiero un buen golpe de efecto antes que un embole filosófico-descriptivo que no podés pasar la primera página. Si, después de todo, un libro para que valga la pena tiene que competirle de igual a igual a cualquier serie de Sony y Warner Channel. Que sino, no da.
Y, bueno, justo después de que me argumentaran eso del in crescendo, como en esas semanas que resultan temáticas, justo al otro día, me encontré con Canelones, el cuento de Casciari que hace poco apareció posteado en su blog.
Qué gran cuento. El tipo anuncia el final en el mismísimo primer párrafo, a lo clásico. Y enseguida cuenta una anécdota graciosa relacionada con esa historia. Casi una tontería; inocente.
Te reís, con la anécdota. Es el primer cachetazo. Te ponés apenas colorado, pero sigue.
Esa guardia que tenés arriba, que te hace mirar la tele de reojo, enseguida se va a caer.
Y entonces otra más graciosa. Y otra y otra y otra. Y así hasta dejarte tirado en el piso. Chiflando de risa. Parece que no es para tanto, no te das cuenta todavía, tenés que llegar al final, pero ni la sonrojada del primer cachetazo te queda. A esa altura estás tentado y hasta querés que te siga pegando. Se le llama estar entregado. Te vas a creer cualquier cosa que te cuente.
Y ahí, al final, él decide meterte, en vez de un cachetazo, un pisotón en la cabeza.
Se te va a la mierda la sonrisa. Obvio. Si dejaste los dientes en el asfalto.
Qué gran cuento.
Me hace acordar a Tripas, de Palahniuk, aunque aquel es muchísimo mejor. Son todas tremendas patadas al mentón hasta que al final, otra que pisotón, te mete un balazo en la cabeza.
Para mí quedan en el podio de los dos más efectivos que leí en mi vida. Qué sé yo. Funes me contó que se levantó a una mina gracias a ese cuento.
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