Un grande, Dolina

La sensación cuando pasa esto es de que va a entrar gente y yo acá con la casa desordenada. No sé, por ejemplo, el último post, el de Voltaire, es malíiiiiiisimo. Y ya das una mala imagen que no sostiene la expectativa del que entra por recomendación.

En el blog de Funes entrevistaron a Molina y volvió a elogiar:

-¿Seguís leyendo blogs?
-Sí, claro, todos los días. Soy un adicto a los blogs.
-Nombrame 3 (y solo 3) que te gusten mucho.
-Uhh, no sé, hay muchos que me gustan. Y muchos se ofenderían si no los nombro, no sé.
-¡Justamente!
-Te nombro uno de alguien que no es mi amigo ni lo conozco personalmente: Desordenar, de Mariano Cúparo. Es un poco vago para actualizar, pero me parece que escribe muy bien.

Recién alguien me llamó y le conté. Se dio el siguiente diálogo, que ya había pasado hace poco tiempo en otro lugar del mundo, con personas distintas. Me reí durante un rato largo:

-Acabo de leer una entrevista recontra informal, para un blog, a Molina. Y me nombró.
-Pará, ¿¡Dolina te nombró!?
-Mo lina; la puta madre; Mo lina.

Puede ser insoportable que cada vez que alguien elogia a otro, el otro ponga algo elogioso del alguien. Pero la verdad es que a estos apuntes para una reseña de su libro (no va a salir publicada finalmente) los tengo desde hace un par de meses ahí tirados y no quiero que queden truncos.

Igual, sólo como prueba de mi integridad, aclaro que cuando yo todavía no tenía blog, Molina publicó en El Interpretador una muestra gratis de lo que iba a ser Los estantes vacíos y ya ahí yo le puse un comment (llevaba un nick) en el que decía que me hacía acordar a Carver. Y después los críticos dijeron lo mismo. Así que ¡guarda! que soy palabra autorizada. En fin.

Poniéndonos serios, son sólo apuntes para una reseña que no hubiese agregado nada nuevo:



-Héctor Abad, periodista y escritor colombiano, se plantea:

“A menudo, los periodistas nos quejamos de que la gente lee menosdiarios: ¿no será –al menos, una de las causas– que nos hemos olvidado de contar las historias más simples y, a la vez, las que más nos obsesionan?”

-Y se responde:

“Una comunicación que tenga como objetivo el saber un poco más delotro –y de nosotros mismos– no puede obviar la riqueza de lo cotidiano. Debe detectar las mejores historias que se escuchan en lascalles, ampliarlas y brindarles un marco de debate, una mayor presencia.”

-La literatura de Ignacio Molina podría venir a llenar ese espacio. Su libro, Los estantes vacíos, contiene 15 crónicas (en realidad,cuentos) de lo cotidiano.

-Sus personajes viven en Buenos Aires; trabajan; van a la cancha con su papá y comen un choripán; desean una gaseosa de esas que aparecen enla publicidad con gotas chorreando; duermen de día; se avergüenzan cuando quedan pagando tras seguir a un grupo de amigas, bajo la creencia de que van a sentarse en una mesa, y éstas terminan metiéndose en el baño de mujeres; los atormenta el no atreverse amirar a la cara a un empleado de la oficina de correo, porque hace unas semanas se llevaron sin querer y por error un vuelto extra; se gustan pero no se enamoran; se quedan en stand by al enterarse de lamuerte de una tía de Olavarría. Todo eso y algo más, mezclado y distribuido en varios relatos, sin nudo principio ni final.

-Si las crónicas de Molina no cuentan grandes historias de suspensos, tragedias, pasión, alegrías desmedidas y melodramas, es porque en la Buenos Aires promedio no ocurren grandes historias de tales características. De ellas se encarga el diario.

-La alienación, la desididia y la soledad (aunque él no las mencione, ya que sus narradores siempre buscan la objetividad; son testigos fieles y no jueces ni fiscales), en fin algunas de las cuestiones que más nos obsesionan, sí aparecen contadas en “Los estantes…”. Y para esto, aunque Abad no lo diga, tal vez no haya nada más efectivo que la literatura.

-La verosimilitud de los cuentos de Molina está en la calidad de los detalles. Nadie que esté inventando una historia puede describir tan bien los razgos secundarios de cada una de las situaciones que la componen.

-Eso, la certeza de que lo que se cuenta con toda inocencia es un reflejo de la realidad y la narración agradable (al fin y al cabo, como en Carver y en Chéjov, ese es el único modo de sostener a un cuento que no cae en el melodrama ni en el suspenso) son los factores que lo hacen un libro interesante que se lee en pocos días y de corrido, como si fuese una novela.

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