Tantas veces que contacté a músicos durante los últimos meses para preguntarles cuál fue el mejor recital de sus vidas, esta vez me tocó a mí.
Estaba ahí sentadito, casi trajeado, aunque con la corbata y el saco apoyados en una silla, por un casamiento que vino después, y me dijeron es tu turno.
Al principio me negué pero después no me quedó otra. Mis declaraciones de prensa, que salieron al aire anoche, fueron estas:
“Soy Mariano, de la producción de Abbey Rock. El mejor recital de mi vida fue, creo, el primero de todos. Hace nueve años, más o menos. Yo tenía unos catorce. Fue en Rosario, en el CEC; el Centro de Expresiones Contemporáneas. Tocó Divididos. Yo los escuchaba en los discos, pero en vivo me partieron la cabeza. No me lo imaginaba. Toda esa potencia. Me acuerdo que ya el primer tema me pegó mal. Si no me equivoco, la primera canción fue Casi estatua. Y, nada, me superó. Absolutamente. Así que creo que ese fue el mejor; el primero de todos. Dudo que algun otro me haya sorprendido tanto”.
Ahora me doy cuenta de que mezcle dos o tres recitales. La primera vez que vi a Divididos, todavía no habían editado El narigón del siglo. Las otras sí.
También me doy cuenta de que fui un poco injusto con mis primeros recitales de Pez: en El Club del Vino, donde Minimal salió vestido de trola, con una mini y un top y maquillaje, y dijo “ahora nadie puede decirme que no soy una estrella pop”, o en Unione y Benevolenza, con A-Tirador Láser de soporte.
También fui injusto con el de Gabo Ferro en la placita de Palermo; hace poco.
O con uno de una banda anónima de jazz, en un barcito de Chacarita, hace como cinco años.
Y con otro de Pappo en La Rockería, allá por la costanera de Rosario, que si bien no fue una genialidad, tuvo un gustito raro e irrepetible. Era un lugarcito chiquito, parecía un canto-bar prácticamente.
Yo me había acomodado en un banquito, con la esperanza de verlo desde ahí. Pero cuando arrancó "Malas compañías", con los golpes del Bolsa, que parecía una momia gigante a punto de colapsar en pleno paradiddle, y con el rarísimo Yulie Ruth, que tenía un bajo con las cuerdas puestas al revés, la masa hizo que la silla quedara como flotando, conmigo encima. Y al final lo vi desde unos dos metros de altura y tres de distancia con la cara de perro del Carpo.
Mucha polenta.
También me olvidé de decir que por esos días, cuando Divididos tocaba en e CEC, Jorge Araujo fue uno de los culpables de que yo empiece a tocar, incluso después de descubrir que soy un queso.
Más: en el parche del redoblante todavía tengo escrito Mariano Mortales, un claro gesto adolescente; en uno de esos shows Araujo salió con una careta de no sé qué y lo presentaron como Marcelo Mortales.
Y a mí me quedó. Era un niño.
Por lo demás, mi novia dice que tengo voz de locutor.
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