(Alguien se quejó y dijo que el post estaba demasiado largo. Ya nadie lee tanto en estos días. Así que lo divido y creo la ilusión de que al final no es tanto.)
Vivir sin cable es vivir otra vida. Otra vida mucho más miserable y sin sentido. Me pregunto si alguien sabe cuán terrible es eso.
Ya lo sé: tanta gente que vive sin cable y no se hace problema. Estudiantes del interior a los que los viejos le pagan el departamento pero no el cable pueden leer esto e insultarme por ser una niñita quejosa.
Y alguien podría mencionar a los pobres. ¿Serías tan amable de pensar en los pobres, Mariano?
Bueno, resulta que no. No puedo pensar en ninguno de todos ellos mientras el cable no funcione.
Hace como una semana se fue cortando de a poco y por distintas ocupaciones yo también me fui colgando de a poco y nunca llamé al servicio técnico (o llamé y dio ocupado). Y este drama es algo que se sufre más bien de noche, cuando ya no es horario para llamar.
Y se lo sufre en serio. En estos últimos días conocí a la desesperación, le vi la cara, los ojos; toqué sus manos.
Hay un momento, durante la noche, en el que necesitás distraerte. Y el no lograr satisfacer esa necesidad te lleva a algo muy parecido al síndrome de abstinencia. Ya estoy teniendo convulsiones.
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