Volvió el cable. Yo volvía recién a mi casa y me quisieron robar, o algo así. No recuerdo muy bien cómo fue. Sólo sé que un muchacho bastante alto me agarró por sobre el hombro y yo me solté, aunque tampoco sé muy bien cómo.
Tal vez le pegué, tal vez lo empujé. Tal vez sólo me solté.
En la mano que no me agarraba, él tenía algo que se sugería punzante, aunque bien pudo haber sido un escarbadientes o un capuchón de birome.
Después de soltarme retrocedí, mirando al frente, unos cinco o diez metros y me planté, asustadísimo pero con el pecho inflado. Él me miró, dijo algo y se fue.
No recuerdo bien qué dijo.
Le hizo una seña a su acompañante y rajaron. Yo los vi irse y después seguí mi camino.
Pero en fin, yo sólo quería contar que volvió el cable.
Los del servicio técnico vinieron el 25 al mediodía. Una locura, realmente. Ahí también vislumbramos un choreo. Pero chequeamos credenciales y resultó que realmente eran de la empresa.
Como sea, le dieron vida a la tele. Y a mi vida también. Hay que decirlo.
Porque vivir sin cable es vivir otra vida. Otra vida mucho más miserable y sin sentido. Me pregunto si alguien sabe cuán terrible es eso.
Soy un enfermo de las series de Warner y Sony. Es cochino reconocerse en ese gusto tan capitalista y marquero, pero admitámoslo: tienen guiones envidiables; por algo los importan los muertos de frío que dirigen la tele de acá.
Gilmore girls, Two and a half men, Scrubs, Friends, Grey’s Anatomy, The new adventure of old Christine, What about Brian, Ghost whisperer, Acording to Jim y Everybody hate Chris: las vi a todas.
Pero eso no es todo. También me divertí mucho viendo Ciudad Abierta.
Ese canal se puso bueno.
Antes era una porquería. Hace unos años haciendo zapping me encontré con mi hermano, junto a dos compañeros de laburo, parado frente a la cámara con cara de póker, y en silencio, haciendo nada durante dos o tres minutos.
A nosotros nos revolucionó el día, pero para el resto de los mortales fue insufrible.
Ahora el canal se convirtó en una especie de contra-televisión muy rescatable. Es otra historia totalmente distinta a la estética que se suele ver. Mucho más realista y creible.
Vi una entrevista a Eduardo Pavlovsky, hecha por Mariana Richaudeau, una de esas actrices de cara conocida y nombre ignoto (gama actoral comandado por Eduardo Blanco; que, en realidad, es tan destacado en esa gama que su nombre ya se hizo famoso).
Interesante.
También miré el programa de Mariasch, “El secreto”, donde la poeta y traductora de la Rolling entrevistó a Cucurto, a Fogwill (esta la vi en el sitio del canal) y a Bizzio.
Sobre Fogwill ya escribí.
A Cucurto lo conocí en el taller que tiene junto a Llach.
En realidad fui a dos clases y desaparecí.
No es que no me haya gustado, pero en primer lugar ya no podía pagarlo, en segundo éramos demasiadas personas y en tercero sí, no me gustaba. Llach sabe defender una corrección a un texto pero Cucurto no.
Como escritor está claro que es o flojo o demasiado desprolijo (aunque da la sensación de que la desprolijidad es algo calculado). Él mismo lo sabe y lo dice abiertamente.
Lo que sí es valioso (o valiosísimo) de su obra, creo, es cómo corre los márgenes.
Él dijo algo así en la entrevista con Mariasch: leer a ciertos poetas actuales y jóvenes, como su mismísima entrevistadora, le sirvió para saber que no era una quijotada romper las estructuras literarias.
Yo creo que sus libros sirven para que los que vienen atrás suyo sientan que los márgenes están bastante más allá. Es algo realmente positivo. Me ilusiona y quiero leer esas futuras obras.
A Bizzio nunca lo leí. Me lo debo. La entrevista que le hizo Mariasch fue un monumento a la histeriqueada.
Es decir: ¡Divertidísima!
En definitiva, el programa busca penetrar en las intimidades de los escritores. La idea parece tonta y superficial, pero lo cierto es que a la larga, tal vez indirectamente, permite conocer mejor al autor y penetrar en su cocina mental.
Los hace bloggear un poco, digamos. Y esa innovación estética y de contenido, que logra que la entrevista no parezca entrevista, soluciona el problema de varios periodistas que se preguntan cómo resolver un reportaje. Se dictan cursos enteros sobre eso.
Hay una búsqueda.
El resto de los canales están pasando películas malas sobre la navidad o repitiendo lo que aconteció durante el año.
No hay nada para rescatar por ahí. Todo muy irrelevante.
Y a mí me acaba de surgir, mientras escribía estas últimas líneas, una duda tremenda. Creo que esos cinco o diez metros que retrocedí, aunque siempre mirando al frente, los hice corriendo.
Un té de manzanilla no me vendría nada mal en este momento.
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