Nostalgias de Ramón

Hace como dos días que estoy tratando de resolver un post sobre Ramón Díaz y su firma de contrato con San Lorenzo. Lo más lógico sería dejar de intentarlo. Si después de todo, nadie me va a pagar un mango por escribir un texto al respecto.

No tengo ni puta razón para obsesionarme con algo tan estúpido, y además banal, pero el tema me persigue. De hecho ya posteé esto dos veces, durante el fin de semana, y después lo borré para volver a intentarlo.

Pero hasta que no aparezca un post sobre Ramón Díaz, San Lorenzo y River, no voy a parar. Y no me importa si tengo que dejar de escribir sobre cualquier otra cosa. Me convertiré en mozo o volveré a ser lavacopas si es necesario, pero que resuelvo este post, lo resuelvo.

Capaz el problema sea que no tengo nada para decir. O que tengo demasiado, pero de un nivel tan obvio que me hace sentir estúpido mientras tecleo. De todos modos, no poseo un buen nombre al cual cuidar, ni una reputación, ni nada. Así que bueno. Me entrego al intento.

Ramón Díaz tiene bastante que ver con lo que más me gusta del fútbol. Y no creo que eso sea algo demasiado importante. Pero, bueno, es el fútbol al fin y al cabo, y si fuera la literatura uno le daría algún tipo de relevancia. Y me pregunto porqué diablos tiene que ser así.

Tiene que ver con lo que más me gusta del fútbol, decía, porque apareció como técnico de River en una época en la que veníamos medio medio. Al principio él también anduvo mal, pero después armó los mejores equipos que vi en mi vida.

Primero el del ’96, justo después de ganar la Libertadores (si no la ganaba lo echaban por lo mal que venía). El tipo armó un equipazo. Los críticos dicen que los jugadores eran tan buenos que no había chance de armar un equipo malo. Y por esa razón le quitan méritos. La cuestión es que River casi siempre tuvo jugadores buenos, y sin embargo yo nunca vi jugar a un equipo como ese.

Era realmente divertido ir a la cancha y verlos ganar a los toques, pasando por encima a los rivales. Yo recuerdo particularmente un 5-2 en el Gigante de Arroyito y un 3-1 en el Coloso del Parque. A media máquina, con displicencia y ensayando lujos y cosas nuevas.

Lo veíamos con mi viejo, al equipo, y realmente lo disfrutábamos. Después lo echaron a Díaz y River, si bien ganó cosas, no fue el mismo.

Hasta que volvió en el ’01. Yo ya estaba en Buenos Aires e iba a la cancha todos los domingos. Mi viejo ya no iba mucho, pero lo comentábamos mientras mirábamos Fútbol de Primera.

Yo me enamoré de ese equipo. Era un 3-5-2. Podría recitar la formación de memoria, lo juro, con suplentes incluidos, pero no quiero que mi novia se aburra leyendo esto. Aunque, la verdad, dudo que haya llegado hasta acá.

Así que ahí voy: Comizzo, Garcé, Ayala, Yepes, Coudet, Astrada, Cambiasso, Zapata, D´Alessandro, Ortega y Cavenaghi.

Este River ganaba los partidos por goleada y hacía que sea ameno ir a la cancha, aun teniendo que correr por los quilombos que se armaban a la salida (corrí prácticamente en todas las canchas del fútbol argentino).

Gracias a Díaz, River volvió a jugar a los toques y a pasar por encima a los otros. A fines del ’01, en pleno estado de sitio, le ganamos 6-1 a Rosario Central, en el Monumental y al mismo tiempo nos enterábamos de que Velez no podía ganarle a Racing. Y entonces salimos sub-campeones.

Y esa es una particularidad que vale resaltar. Díaz es un ganador, pero aún saliendo segundo fue el director de una obra a la que yo no voy a olvidar. Ese equipo jugaba realmente muy bien.

Después sí, al año siguiente, salimos campeones. Pero Aguilar decidió echarlo.

Uno no sabría decir bien porqué. Y es que no hay razones lógicas. Los medios decían que fue porque Aguilar quería armar un proyecto propio, para que el mérito en caso de una buena actuación no quedara a cargo de la dirigencia anterior.

Yo no lo sé. Lo que sí puedo decir es que lo que pasó fue una falta de respeto al espectáculo en sí mismo; a la diversión que se supone significa ir y pagar por una butaca. Pellegrini, Astrada, Merlo y Passarella fueron, en los mejores casos, mediocres. Y sus planteos tácticos fueron muy cobardes.

Y si es para sufrir, yo me voy al cine.

Y, bueno, eso hice. Dejé de ir a la cancha. Sin Ramón Díaz, y sin mi viejo, no tenía sentido.

River es, desde entonces, un aburrimiento. Una concesionaria de jugadores más que un club de fútbol. No creo que me haya perdido mucho en estos años.

Ahora Díaz firmó con San Lorenzo; el año que viene va a ser el técnico de los del Bajo Flores. Y en River Passarella lo echa a Lux, la dirigencia lo vende a Higuaín y pronto va a vender a todos los que valgan la pena.

En otros de los posts que había hecho sobre este tema, contaba sobre la vez, a los cinco años, en la que me hice hincha de Independiente por devoción a Bochini. Yo le pedí a mi viejo la 10 de Independiente, que todavía la tengo, y me la pasaba en el patio jugando a meter pases imposibles.

Ahora no me voy a hacer de San Lorenzo. Y sólo por la típica inmadurez que trae la adultez. Me genera repulsión la idea de sentir algo por otra camiseta; evidentemente un adulto no puede vencer a una cuestión cultural tan arraigada como la del cuadro de fulbo.

Lo que sí puedo decir es que voy a serle infiel a River. Una infidelidad que no va a involucrar sentimientos. Se va a basar sólo en una cuestión estética.

Voy a seguir la campaña de Díaz. Y es probable que alguna vez vaya a la cancha a ver a su equipo. Y casi seguramente voy a querer que su apuesta, siempre arriesgada, como ninguna otra en el fútbol local, supere a la timorata apuesta de los otros, incluso a la de los que dirigen a mi equipo.

La verdad es que mi club se la buscó.

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