En algún momento me dejó de apasionar que River no jugara bien a la pelota. Y que le diera salida a los jugadores y técnicos buenos para traer a otros que resultaban malos. Y que usara camisetas horribles, que más que camisetas parecían baberos. Me harté de que sea un negocio lo que se suponía que era un espectáculo.
Pero antes de eso tuve mi época de fanático. Iba a la cancha todos los domingos. Todos: iba de local y de visitante. Fui a todas las canchas de Capital Federal, del Conurbano, de La Plata y de Rosario.
Durante la semana mi única ocupación era conseguirme los 15 o 20 pesos para la entrada y, si correspondía, el viaje. No había otra cosa en mi vida. Era un adolescente. Recién me había mudado a Buenos Aires así que no había gente a mí alrededor. Y en mi casa la historia estaba complicada por la enfermedad de mi papá.
Fue un año complicado. Después me puse de novio, terminé la secundaria, conseguí trabajo, conocí un poco las calles de Buenos Aires, empecé a estudiar, a leer, a escribir; en fin, arranqué y me procuré algunos proyectos.
Pero lo que me ocupa en este texto es el pozo de ese año. No tenía ningún proyecto entonces. Así que mi vida fue River. Me interesa usar mi ejemplo para graficar otra cosa sobre la que en realidad muero por decir algo: el caso de Adrián Rivas, el chico que se tatuó la camiseta de Boca en su torso e hizo pública la historia en su blog.
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Sebreli (sociólogo, ensayista) escribió “La era del fútbol”. El libro fue publicado en pleno mundial 98, cuando los medios hicieron lo mismo de siempre: hablar sólo de fútbol, de cómo en todos lados sólo se habla de fútbol y de cómo a las mujeres les molesta que en todos lados sólo se hable de fútbol.
En ese momento me pareció una pedorrada el libro y ver a Sebreli quejándose en la tele de que la gente no vaya al cine durante los mundiales. Pero ahora rescato un análisis que hace “La era…” acerca del hincha en general. Se pregunta por qué el fanático de un equipo de fútbol llega a ser tan dogmático, al punto de jamás aceptar la inferioridad de su equipo en una discusión con otro hincha rival. Siempre va a tener una excusa para sostener que el suyo es el mejor cuadro. Y si el argumento del hincha rival es convincente, va a apelar al insulto. Se pregunta por qué el fanático encuentra la realización personal (y vuelva ahí toda su ansiedad) sólo si su equipo gana.
Dice Sebreli: “El hincha es un individuo atormentado por su falta de identidad (…), por la incompleta organización de su personalidad. Incapaz de reconocerse a sí mismo, de saber quién es ni qué quiere, trata de encontrar una relativa estabilidad identificándose con alguna imagen del mundo circundante: el equipo de fútbol. Llega a sí a una total falta de separación entre el objeto al que ha elegido y el yo: ser uno mismo significa para el hincha ser del cuadro X”.
Sigue: “El poder entusiasmarse por algo, el uso de insignias, los gritos a coro, la posesión de una característica supuestamente propia, un determinado color, es una compensacion para quel a quien nada pertenece efectivamente y cuya vida, tanto en el plano individual como en el social es un vacío absoluto porque la sociedad la ha despojado de todo significado”.
Sebreli hace, además, una enumeración de casos de suicidio causados por el fútbol (cuando Colo Colo no salió campeón, cuando Brasil perdió en el Maracanazo, etc).
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Yo era todo eso que plantea Sebreli. Con el tiempo me fui descubriendo a mí mismo evitando discusiones sobre fútbol y en determinados casos, admitiendo sin vergüenza que River estaba hecho una porquería.
Pero lo cierto es que en aquella época en la que no me encontraba a mí mismo (como cualquier adolescente) el fútbol me sirvió para mantenerme vivo, por más dramática que suene la frase. Fue mi ocupación y me mantuvo lejos de otros vicios tal vez peores. Cuando no lo necesité más, lo hice a un costado. Sin desecharlo porque la verdad es que a veces me sigue enganchando.
Fue una transición el fútbol. Hasta que logré arrancar de nuevo.
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Está mal visto ser crítico con el fútbol. Con todo lo popular está mal visto ser crítico. Pero a mí no deja de inquietarme el fanatismo.
Y ahora me atormenta el caso de Adrián Rivas. ¿Qué le pasó (o qué no le pasó) a Adrián Rivas a lo largo de su vida para llegar a tatuarse la camiseta de Boca en el torso?
Si hoy me dan la posibilidad de elegir entre hacerle una entrevista a Fidel Castro y a Rivas, elijo a Rivas. Y no lo pienso por más de 20 segundos. Castro ni siquiera me importa.
Muero por saber. ¿Tendrá familia Rivas, se llevará bien con ella, tendrá aspiraciones personales, trabajará, habrá algo no colectivo que lo haga feliz a nivel individual, tendrá algún tipo de motivación que no sea la de otros?
De hecho, asociándolo con lo que sostiene Sebreli, el primer post de su blog dice: “Boca es lo más grande que tengo; es mi vida”. Y lleva todo al extremo. No se suicida. Pero todos pensamos lo mismo cuando lo vemos tatuado en todo su cuerpo: chau posibilidades de laburo, chau posibilidades de romance.
Sigue él: “Para demostrarlo, voy a tatuarme la nueva camiseta. Para que todos vean que no hay nadie más bostero que yo. Porque a estos colores los llevo en la piel, en la sangre, en el alma”.
Varios medios y weblogs hicieron mención al blog de Rivas. En todos lados dicen que lo más interesante está en los comments. La mayoría son de hinchas de River que dicen que es un pelotudo, un hijo de puta, un imbécil, un boliviano puto y un loco de mierda.
Pero tiene que haber algo más grave. Creo. Es raro esto del fútbol.
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