El osito no se la vio venir. En un museo de Londres exhibían a este osito de peluche que perteneció a Elvis Presley y que estaba valuado en 75 mil dólares. El nombre del osito, desde la más tierna edad de Presley, era Mabel. Una joya para los fans. Y un honor para el aristócrata inglés que lo cedió al museo para exhibirlo. El pequeño oso formaba parte de un grupo de peluches de algún modo célebres. El grupo entero valía casi un millón de dólares. Y Mabel era la estrella dentro de ese círculo.
El museo, por supuesto, tenía (tiene) una guardia de seguridad fija. La centinela necesaria para proteger el bienestar de los tan valiosos objetos. Tenía, incluso, la seguridad, un perro guardián.
Pero.
Siempre hay un pero. Y la gente de mi edad cada vez que ve a un policía tiembla.
Pero: como dije, en la seguridad del museo había un perro guardián. Un doberman de mandíbulas furiosas llamado Barney. El gerente del museo dijo que fue un ataque de locura. Habrá sido eso, habrá sido envidia del célebre personaje (la foto lo muestra engreido; con una mirada de desprecio), habrá sido el placer del uso y abuso de la fuerza. Habrá sido qué.
Lo cierto es que, aquel guardián que debía cuidarlo, se lo comió. Lo acometió con un certero tarascón y lo destrozó y lo masticó. Su cabeza quedó separada del resto del cuerpo. Y la estopa quedó esparcida por todo el suelo.
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