Chaboncitos

Ah, tengo unos recuerdos que me queman la cabeza.

Son una cosa del demonio esos chaboncitos: los recuerdos.

La puta madre.

Y no sé porqué. Pero los más pulenta siempre quedan ahí taponados por las cosas que “creés que te hicieron crecer”.

Es decir: siempre me acuerdo más del día en el que tuve que dejar abandonado a mi perro, el Foca, que de la vez esa que con Paula nos quedamos como hasta las seis de la mañana hablando mierda en las reposeras de la parte de atrás de mi casa, todavía con los uniformes del colegio del día anterior puestos.

Cosas raras.

Ahora tengo una imagen de mi viejo. Muchos años antes de todo lo que suelo recordar.

La imagen de mi viejo. Siempre con el saco puesto. Intentando convencerme de que no me haga de Independiente.

Yo estaba copadísimo con Bochini.

Si hasta yo mismo era el mismísimo Bochini; un Bochini que no le llegaba ni a las rodillas a ningún ser humano adulto, pero un re Bochini en el corazón y en las baldosas del patio de mi casa neuquina.

No quería saber nada con River ni con ningún otro cuadro.

Y ahora me lo acuerdo al tipo mientras bajaba las escaleras –y mientras afuera el viento hacía el aullido de un lobo feroz y el polvo de la barda empezaba a meterse por la ventana del cuarto todavía abierto a la noche estrellada- y me cantaba una de River.

Una que decía:

“Ohhhhhhhhhhh, Millonario/ ohhhhhhhhhh, Millonario es el campeón”.

El tipo bajaba por la escalera cantando eso. Todavía no me había convencido de nada,
pero bajaba la escalera cantando eso.

Después no la volví a escuchar nunca más en la vida.