Un elefantito con un corazón bien rojo en la mano y un gorro naranja en la cabeza

Ayer viajé con Osito de Gran Hermano.

En el subte.

El vagón venía medio vacío. Ya eran más de las diez de la noche, si no le pifio. Aunque en realidad ni siquiera me acuerdo de si fue ayer.

Está linda la mina. Re contra bronceada y flaca. Y resultó que es muy linda de cara y que tiene unas piernas respetables.

Al menos con la ropa que tenía puesta ayer o anteayer.

Al lado de ella venía una chica con la vista súper concentrada en un punto fijo del piso. Me pegó bastante fuerte la cara de amargura que tenía. Estaba totalmente colgada.

Era una chica linda, pero no tanto.

Zafaba.

Miraba el suelo. Pero no hacia un punto situado justo enfrente suyo. Ni siquiera hacia un punto situado en una posición cómoda o lógica.

Miraba hacia un costado. Lejos. Con el cuello inclinado.

Y no había, en ese punto, al menos visiblemente, nada que pudiera llamarle tanto la atención. Así que estaba ahí, colgada, nomás.

Osito hablaba por teléfono. Al principio me pareció que cruzábamos miradas, pero después me olvidé. Y ella después se quedó charlando con la madre por teléfono, sobre ya no me acuerdo qué.

En un momento entró un nenito con un pilón de tarjetas en su mano derecha. No paraba de sonreir. Era súper cómico. O al menos a mí logró sacarme un par de carcajadas que ni me esforcé en reprimir.

Cuando llegó a mi altura y me extendió la tarjeta, la agarré y le sonreí fuerte.

Osito también agarró su tarjeta y también estuvo simpática con él.

Pero la sonrisa que más me llamó la atención fue la de la chica que estaba colgadísima.

Fue una sonrisa súper genuina, verdadera, con todos los dientes, y hasta con una mueca que tuvo que haber sido algo dolorosa.

Una mueca notoria, sí, pero que duró apenas medio segundo.

Y al toque volvió a su mundo de melancolía. ¡Pocas veces vi una cara naufragando tan en lo profundo de un cuelgue, carajo!

Cuando el nene me dio mi tarjeta vi que, dibujado, había un elefantito, sentado en un banco, todo simpático él, con un corazón bien rojo en la mano, y con un gorro naranja en la cabeza. Había unas letras rojas que decían: “Te amo con todo mi corazón; sos lo más lindo que vi en mi vida”.

Atrás estaba todo lleno de corazones rosas, con un fondo blanco, y había dos espacio que aparecían encabezados por un “De:” y un “Para:” y unas líneas de puntos en los que había que poner el nombre de la persona a la que le querés mentir que la amás.

Yo estuve mirando un rato largo mi tarjeta.

Largo.

Largo.

Después volví a levantar la vista y descubrí, con cierto esfuerzo, que ahora la chica, que seguía igual de colgada que antes, tenía dibujado, abajo de su ojo izquierdo, todo el recorrido húmedo de una lágrima declarada en rebeldía.

Ni se molestó en secarla.

No la pude dejar de mirar ni por un segundo durante todo el resto del viaje.

Y después hice algo que hace unos años, e incluso unos meses, me habría parecido una locura.