Nunca había vivido una definición de campeonato de un modo tan raro: medio dormido por haber bailado cumbia hasta las cinco de la madrugada, sentado en el piso de arriba de la librería, que estaba repleta, encanutado e intentando que nadie me viera, y chequeando los mensajes de texto de mi hermano –que a periodista se cagaría de hambre- con la información minuto a minuto.
La pasé bastante mal, diría, al no poder gritar los goles y el pitazo final del partido de Estudiantes. Pero en definitiva quedó –concluido el domingo- la satisfacción de ser hincha de un coloso inobjetable y de haber arribado al fin, anoche, entre cumbia y cumbia, a la conclusión de que sin dudas Gilda es mucho más grande que Pearl Jam.
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