Celebrar la contemporaneidad

Estoy un poco borracho. Así que de entrada pido perdón.

Me sorprende mucho que el segundo disco solista de Ariel Minimal, grabado en una pc, con instrumentos tocados por él en un cien por ciento, con canciones que hablan sobre sus amigos, su mujer, su hija, su papá, sobre que quiere ser como Carlos Monzón, un asesino popular; en definitiva, un disco ligerito, veloz, casi mediocre diría, que se te termina enseguida, y que casi nadie tiene en su discoteca, sea de lo más lindo que hay para escuchar.

Recién estaba leyendo, en mi recorrida de blogs, algunos textos sobre el Centro Cultural Pachamama.

Una vez fui al Pachamama. Hace como un año. Fui solo, como siempre que voy a una lectura, una noche en la que se despedía El quinteto de la muerte. Esa noche, me acuerdo, se largó a llover para el carajo y en el camino al 168, y mientras lo esperaba, me cagué mojando.

Creo que no me olvido más.

Esa vez, no sé bien porqué, cené apenas un paquete de papas fritas.

Era una época rara.

Fue mi primera vez en una lectura. Esto un viernes. Y al otro miércoles yo leía en Los Mudos, en El conventillo de Teodoro. Y entonces quería ver de qué se trataba el asunto.

Me acuerdo de Levín diciendo que el sentido de toda esa reunión era celebrar la contemporaneidad. Eso decía y eso repetía. Y estaba bastante bien. Lo de la contemporaneidad, después de todo, es algo bastante celebrable. Por alguna razón estaremos todos acá en este momento.

Y después leyeron. Funes leyó un texto que, dicen, fue muy conmovedor, pero tengo que admitirlo: me costó prestarle atención. Levín leyó el primer capítulo de su primera novela. Y tampoco le pude prestar mucha atención.

Todo el asunto de esa gente ahí reunida, en el living de una casa, el hecho de que sirvieran polenta y que todos hubiesen pasado uno a uno frente a la cacerola, con un plato en la mano, para que le sirviesen su porción.

Me resultó rarísimo.

Un muchacho de barrio residencial rosarino. Allá, la vergüenza es algo que tenemos muy arraigado.

Fue demasiado. Sentía que no cabía ahí. Y me quise ir, pero afuera llovía muchísimo.

Y después Molina leyó un cuento que me pareció ya haber leído previamente en alguna parte. Y Romero, que un año más tarde participó de una lectura conmigo, leyó algo a lo que tampoco le pude prestar atención.

Hasta que subió Oyola y me partió el bocho con Matador, el cuento que después salió publicado en In fraganti, la antología de Grillo Trubba. Tremendo. Todo el entorno se me oscureció, o así se me antojó a mí; como si hubiesen apagado las luces y sólo hubiesen dejado un foquito encima de Oyola. Pero nada que ver. Fue sólo que el cuento era espectacular.

Y después la lectura terminó y yo me fui a la mierda. Y nunca más volví. No era para mí ese lugar.

La misma sensación tuve en Los Mudos al otro miércoles. Ese salón lleno de gente, las mesas, las chicas con anteójulos, Funes haciendo de animador; parecía salido de una fiesta de quince, o de una kermesse, porque hacía sorteos y regalaba libros y discos y cervezas.

Leí mal y me aplaudieron. Pero me quedó la sensación de haber estado en un club social, con lo poco que me gustan los clubes sociales. Y tampoco volví ahí, hasta unos cuantos meses más tarde.

Ahora estaba leyendo textos sobre el Pachamama, decía, y me quedó la sensación de que en todo este tiempo estuvieron pasando cosas grosas ahí adentro. No sé si será la emoción de los autores de los textos, que los lleva a exagerar y a idealizar, pero me da envidia, mucha envidia.

Llegué diez años tarde a todas las movidas culturales genuinas. Es decir, llegué a Buenos Aires en pleno 2001. Y resulta que cuando hay una movida yo estoy en mi casa escribiendo en un blog o a lo sumo tomando una cerveza con lo pibe y bailándome unas cumbias.

Ya no les entiendo nada a los escritores de mi edad. Se la pasan asociándolo todo con peronismo y menemismo y otras implicancias políticas que no puedo entender ni poniéndole todas las ganas del mundo. Pero igual, ojalá lo abran de nuevo al Pachamama. Así capaz tengo revancha. Si lo abren voy. Y llevo gente; a la mierda con la vergüenza rosarina. Y si a mis invitados no les gusta se toman algo y tratan de no prestar atención.

Bueno, vamos a ver.

No hay comentarios.: