Me zarparon los mails (cotidianeidad trascendental)

Me zarparon todos los mails de la casilla que aparece acá al lado.

No sólo me quiero matar por todos los mails inútiles que perdí, sino que además siento que justo en el lapso que pasó desde la última vez que chequeé, hasta este momento en el que acabo de descubrir el siniestro, seguro alguien me mandó ese mail inolvidable y conmovedor que estuve esperando que me mandaran en los últimos seis o siete años.

O seguro que alguien me ofrecía un laburo más interesante y mejor pago que el actual.

Porque no lo conté, pero ahora soy un librero.

Un pésimo librero.

De esos que no honran la profesión ni por casualidad, aunque sea por un ratito. Y que si les preguntás por ensayos de psicología no tienen ni puta idea y si les preguntás por novelas latinoamericanas tampoco.

Y si les mencionás a Fucó tenés que esperar cuatro o cinco segundos para que al fin reaccionen y terminen asociando ese sonido con la imagen de la palabra Foucault escrita en el lomo de un libro.

Y si les preguntás por el Código de Comercio Exterior te preguntan por el autor.

Soy de esos que sólo pueden reconocer los cien o doscientos libros que leyeron en su vida (cerrale en trescientos si sumás los libros de cuentos de chiquito, que el otro día me puse a releer gracias a mi ahijada).

Y punto final.

Trabajo en una librería que hace poco fue calificada como “una lágrima”. Y soy un mal librero. Pero tengo el sueldo más alto que haya tenido en mi vida y un descuento del treinta por ciento en libros. Y además soy un entusiasta. Y si me das tiempo en seis meses soy el mejor librero del país.

Y tengo un montón de anécdotas ridículas sobre mi falta de cultura literaria y sobre la falta de cultura literaria de mis clientes.

Y tengo, claro, ni que dudarlo, un montón de poesía de odio para escribir sobre los dueños.

Nunca me gustaron los dueños.

No hay dueños buenos.

Salvo yo. Yo sí que sería un dueño bueno.

Y tengo un compañero que se llama igual que yo y una compañera que, siempre que voy a chequear el stock de un libro, me termina zarpando la computadora.

Igual que la gente de argentina.com, que me zarpó la bandeja de entrada de los mails.

Argentina, tu grato nombre, devolveme mis mails.

¡La tristeza que tengo!

¡Metete con mi familia, con mi cama, mi casa, lo que quieras!

¡Pero con los mails no!

¡Porque vuelvo mordiendo y vociferando, vengador, como un cóndor, Miguel Romano, y ataco y destruyo al instante!

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