No fue ella lo que más me llamó la atención

Me gusta el programa Anecdotario, de Deborah Pérez Volpin. Y además me gusta Deborah Pérez Volpin, claro. Al respecto tengo mis dudas, pero creería que es la mujer más linda de todas las que aparecen en la tele. Lo estuve pensando mientras veía el programa, pero no logré tomar una decisión.

Igual no fue ella lo que más me llamó la atención.

Lo que más me quedó picando fue una cita de Eduardo Galeano que dice así:

“¿En qué se parece el Fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que le tienen muchos intelectuales.”

Seguramente mi descubrimiento es un poco zonzo y tardío. Parece una de esas frases que ya todo el mundo conoce.

Pero me dejó pensando, porque a mí con Dios y con el Fútbol me pasan cosas parecidas. Me despiertan las mismas raras actitudes que tanto me desconciertan.

Por ejemplo: en teoría, al menos cuando estoy teniendo una discusión relativamente seria sobre cuestiones teológicas, mi punto es que ese tal dios no existe, puesto que no tengo ni una sola buena razón para argumentar en su favor.

Por supuesto que esta negativa me pone en un problema. Enseguida surgen las dos preguntas: ¿y de dónde venimos entonces? O peor: ¿qué hay después de la muerte, entonces, eh?

No las respondo. Mi pensamiento se termina en el mismo momento en el que las formulo. Me conformo con tener absoluta consciencia de mi ignorancia.

Sobre eso discutíamos el otro día con un amigo. Al final llegamos hasta a burlarnos de los religiosos. A mí me por ejemplo me causa particular gracia que alguien vaya a misa todos los días a rezar el rosario. Me parece que si existiese tal cosa como un dios, el tipo agarraría a esa gente de las solapas y la cachetearía hasta hacerle entender que están usando mal su tiempo.

Cuando le expliqué a mi amigo mi inquietud acerca de la necesidad de responder la pregunta de qué pasa después de la muerte, él me dijo: “Esto pasa; mirá”. Dejó su vaso de Coca sobre el escritorio, giró en la silla, se inclinó sobre su computadora y apagó el monitor. El monitor hizo un chistido breve y en menos de un segundo sus luces habían desaparecido. “Eso pasa”.

Aunque para mí la respuesta a las preguntas existe, igual llegamos a ponernos bastante de acuerdo sobre el tema. Incluso cuando yo evidentemente soy un agnóstico, lo cual para un ateo como él es más o menos lo mismo que ser una lacra.

Y después hablamos de otras boludeces. Nos olvidamos del tema. Nos fuimos para el lado de la música, las personas, el arte, la comunicación, las minas. Cosas.

Pero lo más curioso llegó cuando la charla derivó (creo) en un tema personal mío. No recuerdo cuál. Y si lo recordara me haría el tonto. La cuestión es que en algún momento me vi en aprietos; ellos (había otra amiga acompañándonos) no me creían lo que estaba diciendo y entonces empecé: “¡Lo juro por Dios, la puta que los parió! ¡Por Dios se lo juro! ¡Por Dios!”.

Rápidamente vi que mis argumentos se habían caído, aunque ellos, por piedad, callaron.

Pero a mí me sigue molestando el tema. Me ronda en la cabeza sin parar. En una hora (o dos) demostré la desconfianza y la devoción más extremas. Es más o menos lo mismo que me pasa con el fútbol. En teoría River ya me importa poco y nada. Pueden hacer lo que se les antoje, que ya perdí toda sensibilidad. Considero que todo es una mentira, una ficción, un verso; una de las ficciones mejores armadas después de la Biblia. ¡Y estoy bastante convencido de eso!

Pero la pucha…

… que sé yo, ponele que de golpe aparece Falcao como una fiera; una pantera hambrienta y decidida que salta a dos metros del piso, entre tres o cuatro defensores brasileros, arquea su cuerpo en un movimiento plástico y mete un cabezazo que se entierra en la red, que se infla mientras el relator se pone a gritar que River le acaba de ganar de milagro a los brasileros y que pasó a los cuartos de final de la Copa Sudamericana, justo cuando todos creían que iba a quedar eliminado. Y que patatín y que patatán.

Yo me enloquezco. Pierdo los estribos. Con la mano derecha empiezo a pegar trompadas en el respaldo del sofá. Le pego con todo lo que tengo, sacado, enfermo. No hay ningún tipo de timidez. Salto. Doy un flor de salto, de hecho, como el de Falcao. Y empiezo a agitar los brazos y a gritar. Gol, gol la puta que te parió, ¡Gol! ¡Ganamos; no puedo creer que ganamos! ¡Tomá, bostero gil! ¡Gol, carajo, gol!
Cuando todo termina y los brasileros sacan del medio ya me pongo colorado. Me acuerdo de las veces que di argumentos como los que aparecen dos párrafos hacia arriba y me empiezo a preguntar si a través de la ventana habrá algún testigo de mi ataque de furia.

No hay nada que hacerle… Nada de nada…

Lo destacable de cualquier manera es lo linda que es Deborah Pérez Volpin. Para mí tiene que ser una de las mujeres más lindas de todas las que aparecen en la televisión. Ya lo dije, ¿no? Justo lo estuve pensando mientras veía su programa, Anecdotario, pero la verdad que no logré tomar una decisión al respecto. Y después me puse a pensar en Dios, la religión, el fútbol y no sé qué otras pavadas.

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