Mientras estaba en Los Mudos, en un intervalo en el que subió a tocar una banda que se llamaba El Pony Infinito, casi tan maricona como la de los inglesitos de New Young Pony Club, aunque con un estilo mucho menos hitero y más cancionero y más agradable de escuchar, justo en ese momento, cuando tuvieron un par de desajustes fortuitos de sonido, que rompieron por un instante con lo agradable, me llegó un mensaje de un amigo, de esos que no ves para nada seguido, pero que cuando los ves parece que fueran hermanos tuyos, que decía algo así como:
“Feliz cumpleaños, nene; no te diría esto si no fuera porque confío en vos. ¡Pero no se lo digas a nadie porque no es grave y no da para preocupar a medio mundo! Sólo quiero dejar registro. Estuve saliendo con una mina, dejamos de vernos y ahora me llama a toda hora y me toca el timbre; incluso llegó a subir y a tocarme el de la puerta del depto; por las dudas, por si pasa algo, su nombre es tal y su dirección es tal. Guardá el mensaje con los datos y no digas nada”.
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