Hay momentos en la vida en los que sos mucho más valiente que en otros. Son contados, te animás a hacer cosas que en otro contexto te resultarían ridículas. Son tan pocos esos momentos, tan salteados que, la verdad, hay que aprovecharlos. Y yo recién tuve uno.
Lo miré a mi hermano, fijo, a los ojos, firme, bien firme, porque no había tiempo, y le dije: por cinco pesos, la mato con la mano.
Mi hermano tenía a su hija, mi ahijada, en brazos. Y ahora está bastante claro que no la soltaba justamente para no tener que hacerse cargo él. De hecho, nunca lo vi tan responsable y tan pegote con su hija. Pero en el momento no me saltó la idea.
La cucaracha, porque de eso estoy hablando, estaba sobre la mesada de la cocina. Estamos hablando de una de las voladoras. Tamaño considerable, aunque no del toooodo grande. Mi hermano se quedó mirándome. No me creyó al principio. Dijo: ¡matala pelotudo! O creo que dijo, porque no me acuerdo bien de que pasó antes y qué pasó después de cada cosa.
Le repetí: cinco pesos y la mato con la mano. Estábamos descalzos los dos, no sé si ya lo dije. Y no sé tampoco qué fue lo que me envalentonó. Pero realmente estaba decidido. Ahora pienso y me acuerdo de las veces que me mostré dubitativo, incluso frente a alguna mujer, cuando aparecía algún bicho, cucaracha o araña, y ellas se daban vuelta y me daban su zapato para que lo matara. Alguna vez ellas mismas terminaron siendo las que lo mataban.
Así que la situación es: cinco pesos y la mato con la mano. Está sobre el mármol frío y ya en dos oportunidades encaró para el lado del hueco que hay entre la mesada y la pared. Encaró y se frenó. Y si llega al hueco la perdemos. Cinco pesos. Y la mato. Con la mano.
Ok, dijo mi hermano. Dale. Matala. Pero apurate. Y yo terminé de escuchar el “pero apurate” y a los pedos levanté el puño y tiré el zarpazo.
Primero pensé en sorprenderla con una trompada vertical, cayendo con el canto del puño. Pero en pleno viaje se me ocurrió que si se movía a tiempo la iba a perder. Velocidad mental, que le dicen. Así que ahí nomás abrí la mano y le caí de lleno con la parte almohadonada de la palma, la parte más cercana a la muñeca.
El sonido de una cucaracha haciendo trick por la presión que le ejerce tu piel y un mármol no está nada bueno. Mucho menos bueno de lo que uno se puede imaginar. Está copado, sí, destruir su corteza amarronada y asquerosa con la suela de un zapato. Pero esto es diferente. Cuando terminás de hacerlo lo entendés. Y te quedás con la mano un poco petrificada, hasta que reaccionás y pegás un salto hasta el lavatorio. Te despegás el cadáver de cucaracha con el dedo índice de la mano izquierda (no sé porqué, pero ahora te da asquito tocarla por segunda vez) y te fregás con detergente y agua.
Acaba de pasar. Me gané los cinco pesos. Todavía no me los pagó porque, dice, no tiene cambio.
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