Hoy me quemé. El dedito. Me quemé el dedito medio de la mano izquierda con un horno eléctrico. Siempre me pasa. Siempre me quemo con algo.
Una vez Norma me quemó el cuello.
Me quedó, en la parte frontal del cuello, la marca morada-amarronada de la punta de la plancha. Y después se fue; no me quedó el estigma a lo Tévez.
Pero la tuve durante unas semanas. Y ese día ardió sin consuelo. Creo que no lloré pero, la pucha, quería.
¿Fue a propósito? No sé. Eterna pregunta. Yo la estaba jodiendo. Porque siempre la estaba jodiendo a Norma. Y ella estaba planchando y medio que le hice un golpeteo en la espalda y se dio vuelta como respondiendo al llamado. Y en la mano tenía la plancha.
Directo al cuello.
Hizo tssssssssssssssssss.
En mi cuello.
Mi cuellito.
Me llenaron de pasta de dientes, por suerte. Con el frescor no se te cura, ni se te va el dolor, pero de alguna manera mejora.
Aunque cualquier cosa es mejor que el ardor infernal de una plancha incrustándose en tu cuello.
Por lo general, creo, al menos por lo que sé con mi corto historial de quemaduras, ni bien la superficie caliente se posa con firmeza sobre la piel, la arranca. Te quedás sin piel en ese pedacito de cuerpo.
La segunda vez no me acuerdo cómo fue. Sé que fue por pelotudo. Pero no sé mucho más.
Yo estaba en la cocina. Y me estaba sirviendo un té. Y agarré la pava con la mano derecha y la incliné. Y agarré la taza con la mano izquiera y la sostuve. Y la tapa se venció y todo el agua hirviendo corrió por la superficie de mi mano.
Ay, qué dolor. Hirviendo. Hirrrrviendo.
No hice ningún gesto ni pegué ningún grito.
Me di vuelta, con los labios como pegados, caminé derecho y apurado hasta la computadora, abrí el msn y le conté a mi ex que me había quemado. Me arde, boluda, me arde.
Y, ponete dentífrico, no seas tarado.
Me puse, entonces. Y un poco pasó. Y creo que se me salió la piel esa vez. En buena parte de la mano.
Juré que nunca más iba a hacer algo en la cocina y por unos meses lo cumplí. Capaz que hasta por un año. Mi ex decía que había encontrado la excusa perfecta.
Ahora ya hace rato de eso. Me he cocinado unas buenas hamburguesas y unos buenos panchos en el interín. Y alguuuuuuuna que otra vez incliné la pava para hacer un té.
Alguuuuuuuuuuuuuna que otra vez.
Hasta que llegó lo de hoy. Estaba en el trabajo. Mis abogados ya se están moviendo para solucionar el problema.
Me pedí un sánguche de milanesa en el almacén de la otra cuadra (si trabajás por los silos de Palermo Holywood, te lo recomiendo; es el almacén de Buby) y lo metí a calentar en el hornito eléctrico de la oficina.
Acabo de escribir esa frase y se me pararon todos los pelitos de la nuca y de la sien. Del lado izquierdo. Como si hicieran la ola. Me dio un verdadero escalofrío.
Cuanto dolor. Qué feo es quemarse.
El sánguche se terminó de hacer y por acto reflejo intenté sacarlo con la mano, sin tocar los bordes del hornito. Es como jugar al jueguito ese en el que sos el médico y le tenés que sacar un tumor a un paciente de plástico. Y si tocás los bordes el alcahuete se larga a llorar.
Y no me salió. Perdí, nomás.
Me quemé. Me quemé mucho. Pero no taaaaaanto, porque la piel no llegó a salirse sino que se aflojó mucho mucho.
Me puse dentífrico. Y creo que no lloré. Lo sostuve con dignidad. Ni siquiera pegué el alaridito maricón que tenía atragantado.
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