La última tapa de Barcelona es demasiado buena.
Me reí desde el momento en que la vi, en el andén de subte de la Línea D, en la estación Ministro Carranza, hasta que terminé de subir todas escaleras y me desembaracé al fin del viaducto rumbo a las vías del tren.
Mucho me reí. En voz alta y mostrando los dientes.
Poniendo cara de idiota.
Tanta cara de idiota como me fue posible, porque la tapa lo ameritaba. Se metía, se mete, con el tema Fuentealba y el dilema de "matar a un maestro".
Justo ese mismo día, el jueves o el viernes habrá sido, alguien me hizo leer una nota-poesía de Mex Urtizberea, publicada en La Nación el domingo pasado.
Muy mala la nota-poesía. Decía, básicamente, que todos, absolutamente todos los que fuimos al colegio; alumno, padre, madre o tutor, sabemos que a los maestros no se les pega.
Que se les discute, que se los pone a prueba, pero que no se les pega. Porque los maestros son sagrados. Y que los dirigentes políticos y los policías son unos burros y que tienen que aprender. Porque no aprendieron la lección.
El mensaje de Urtizberea, palabras más, palabras menos, era que, de última, llegado el caso, si la marcha era de torneros, o de gasistas, estaba todo bien con golpearlos un poquito para reestablecer el orden.
Pero, ah, no viejo, a los maestros no. Porque son sagrados.
Yo me acordaba de mis profes. La de Física. Graciela. Vieja de mierda. Unos bifes no le hubieran venido nada mal. Hoy mismo alguien podría encajárselos y yo no me voy a oponer.
La mina lo había tenido a mi hermano de alumno (de pésimo alumno) y lo había hecho llevársela mil veces. La última vez que lo vio, en una mesa de marzo, delante de él, le dijo a las dos ayudantes de mesa: "Y lo peor es que ahora viene el hermano".
Y me la hizo difícil. Todo lo que estuvo a su alcance para complicármela, se encargó de llevarlo al límite.
O la de Ciencias Sociales y Lengua, de sexto grado. Yo recién llegaba a Rosario. Los citó a mis viejos y les dijo que tenía que repetir porque no tenía comprensión de textos.
Casi la matan. Casi se la comen. Yo era un vago de mierda, un poco hijo de puta y por momentos hasta medio pelotudo, pero comprensión de textos...
En esa época mi vieja ya me pasaba sus libros para que los leyera.
Pero ese no es el fondo de la cuestión. De última, si alguien es sagrado, para seguir con la demagogia urtizbereana, es el ser humano en sí. No el tipo que hizo el magisterio.
Y la tapa de la revista cayó justo ese día. Yo no había podido expresarlo de ese modo tan contundente. Como patada de burro. Un cross a la mandíbula, hablando de lugares comunes.
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