Logró despertarme la tercera vez que vino a decirme que el lomito ya estaba a punto y que si no me apuraba iba a terminar comiendo una suela de zapato.
Arriba de la mesa estaba La Nación. Yo todavía veía un poco borroso. Y ni idea de la hora.
El diario tenía notas sobre la búsqueda de Kirchner de un cambio de imagen de cara al 2007 o sobre la intención del Gobierno de bloquear un proyecto de la oposición para derogar los superpoderes presupuestarios de Alberto Fernández y sobre otras cuestiones afines.
Las dos más interesantes hablaban sobre eso de ponerse a romper las reglas con arte.
Una era sobre un científico portugués que una mañana, mientras caminaba con resaca por el campus de su universidad, después de una noche de joda, dijo eureka y decidió dedicarse a romperle las pelotas a la comunidad científica mundial y poner en duda uno de los pilares del conocimiento físico: la Ley de la Relatividad.
Notón. Según el pibe (en realidad tiene 39 pirulos) existe la posibilidad de que la velocidad de la luz no sea constante sino variable (que evolucione y se modifique, como el universo).
Y dice que tal vez la ciencia logre probar su hipótesis de acá a veinte años; hoy algunos investigadores ya están midiendo la velocidad de la luz del pasado (y hasta explica cómo lo hacen [en astros que están a miles de años luz de distancia se pueden ver movimientos de miles de años atrás] y suena lógico).
La otra nota era sobre el idioma francés. Me hizo acordar a una típica discusión que tuve varias veces con distintas personas: con personajes famosos en algunas entrevistas, con familiares en las fiestas de fin de año y con amigos en alguna que otra vereda.
Según el autor del artículo, un tal Dominique Fernández, el idioma francés tiene y tuvo históricamente la particularidad de haberse enriquecido con modismos, usansas y palabras de otros idiomas.
Ejemplifica con el caso de varios autores extranjeros (Kundera, Dumas y otros como el actual Jonathan Littell) que escribieron sus obras en francés, pero utilizando giros y referencias culturales de sus idiomas maternos. Según el autor, esto abrió las fronteras del idioma francés y lo hizo crecer.
Y nada. Eso choca un poco con esa idea de que la juventud está matando al castellano (sería colonialista decir Español, diría un profesor mío) con el uso de los mensajes de texto, las abreviaturas y las palabras inventadas.
Después había una breve reseña de Fantasmas, el libro de Palahniuk que tengo que leer tan pronto como mi economía me lo permita.
Entraba mucho sol por la ventana. Yo cada vez veía más nublado. Opté, directamente, por taparme los ojos y esconderme entre los almohadones del living.
-Afuera hace un día de esos que la gente disfruta a lo loco.
-Y bueno, que disfruten.
-Es de esos días en los que todo el mundo se siente feliz; o quieren, al menos. Hacen veintipico de grados. Un sol impresionante. Las plazas están repletas. Las calles. Todo está lleno de gente alegre y saludable.
-Ah, y yo que justo tengo pensado pasarme el día entero con el pijama puesto; sin bañarme y leyendo a la luz de un foquito…
-A mí ya me agotó un poco el día. Fui al supermercado y además di unas vueltas; suficiente.
-Y… esa presión de tener que ser feliz a toda costa y sí o sí aprovechar el día… y jugar al frisbi y todo eso… es estresante, ¿o no?
-Sí, no estoy con tantas ganas de ser feliz como el resto del mundo.
-Uno es feliz sólo cuando puede desarrollar libremente su capacidad depresiva.
-Ya están los lomitos. Servite. En el freezer hay Coca y en la heladera Fanta. Poneme un poco en el vaso.
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