¡Ya no quiero ser más yo!
¡Quiero ser Jojo Mayer!
Los ejercicios de batería son bastante aburridos. El cuerpo tiene memoria y la idea básica es ir acostumbrándolo. El más típico, por ejemplo, es pegarle a una superficie plana –con los palillos, por supuesto- una vez con la derecha y otra con la izquierda. Y después de vuelta la derecha. Y otra vez la izquierda. Así durante al menos media hora al día (para después pasar a otro ejercicio y después a otro). No tienen que haber defectos. El movimiento de la muñeca tiene que ser exacto, la posición de los brazos no puede diferenciarse entre uno y otro. Los palos tienen que caer siempre en el mismo lugar y el ángulo de su posición tiene que ser idéntico siempre, provocando el mismo sonido con el mismo volumen. De a poco, muy de a poco, cuando vas alcanzando cierta perfección en el movimiento, podés ir dándole más velocidad.
Cada golpe tiene un nombre. Uno tiene que ir cantándolos en voz alta a medida que los hace: "Un y a na; dos y a na; tres y a na; cua y a na". Hay que gritarlos, si es posible.
Hay días en los que no querés saber nada.
Para esos días es bueno Jojo Mayer.
No hace falta tocar tantas notas como él para ser groso, es verdad. Existe el mito de que el baterista bueno es el que mete golpes por todas partes de la batería como un desaforado. Pero no pasa por ahí.
Simplemente hay que ver la gracia que tiene él, la soltura, el relajo. Toca como si en realidad estuviese bailando. Tampoco hace falta ser baterista wannabe para disfrutar viéndolo.
Mayer fue, entre otras cosas, el baterista de uno de los discos que más me gusto escuchar durante el año pasado (ahí también están Time Control y Another Mind, de Hiromi Uehara; Monk’s Dream, de Thelonious Monk; Critical Mass, de Dave Holland; Mingus Moves, de Charles Mingus y otros más de mi nueva etapa jazzera snob): el primero de Screaming Headless Torsos, que se llama 1995.
Además Mayer se dedica al Drum n Bass; un género con una velocidad fuera de lo común para la interpretación de un baterista. En ese plan, mezclado con un poco de jazz y otras cosas que desconozco, en el 2005 tocó, junto a su banda Nerve (un tecladista, un bajista y un ingeniero de sonido) en un aparente encuentro de bateristas que se llamó Modern Drummer.
Lo que toca es impresionante. La banda se encarga más que nada de acompañarlo a él; de moverse siempre alrededor suyo.
En el video de ese recital, que dura media hora, está el tema Syncopath, que es como una demostración musical de eso que tanto me gusta en la literatura: el in crescendo. Arranca con una intro medio jazzera y después nace, crece y muere. Muere bien arriba, como si se tratara de un infarto por exceso de adrenalina. In crescendo a full. Te deja como el ya mencionado Tripas, de Palahniuk.
(Hay que hacer click en "Download this video")
Hasta hace poco estaba en Youtube, pero lo bajaron por una cuestión de derechos. Ahora alguien lo subió a un server. Yo recomiendo que lo bajen y lo escuchen. No hay forma de que no les guste y me puteen. Es imposible. Es como ver bailar a Julio Bocca o jugar a Maradona o volar a Michael Jordan. ¡Toca con tal elasticidad! ¡Con tal naturalidad!
Además hay links para bajarse los otros temas, por si llega a gustar. Está bueno escucharlo con auriculares; debajo de la superficie del ritmo hay un montón de golpecitos escondidos.
Me pasa con Mayer –y con Weckl, aunque en menor medida- lo que me pasaba con Rambo cuando era chico: después de verlas quería ir a jugar a cagarme a tiros.
Siempre que termino de ver ese recital, me voy a sentar frente a mi bendito almohadón duro y me pongo a hacer un y a na; dos y a na; tres y a na; cua y a na.
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