Murmullo recatado

Justo en estos días estoy leyendo el libro de Pablo Toledo que ganó el premio Clarín 2000, “Se esconde tras los ojos”. Lo estoy leyendo despacito, en los ratos libres. Ya debe hacer una semana que lo llevo en la mochila (el periodista Gonzalo Sánchez dice que un periodista, para poder considerarse periodista, "tiene que llevar siempre un libro en la mochila. Y que lo lea, o no lo lea, es otra cosa") y recién acabo de terminar la parte 1.

A priori, no me copa demasiado la novela y es el cuarto intento que le hago; nunca había logrado pasar el tercer capítulo. Cada oración da como muchas vueltas (las sub oraciones atómicas discuten todo el tiempo entre sí). Son eternas. Eso se lo banco estoicamente a Castillo en “El que tiene sed”, que tira oraciones de página, página y media. Pero hasta ahí. La historia de Castillo es adictiva (más allá de que el protagonista sea un adicto) y el esfuerzo obtiene su premio a cada rato. Por ahora, la novela de Toledo es un retrato (apenitas) frívolo sobre la frivolidad. Y por momentos llega a ser divertida, pero en general es un poco aburrida.

Lo seguí intentando porque estoy más interesado en lo que escribe la gente que vive en la misma época que yo, especialmente en el mismo país que yo, y ni hablar de si es la misma ciudad, que en lo que escribió un hombre nacido en Inglaterra hace un siglo.

En eso estaba esta semana en cuanto a lo literario. Y como a veces a determinadas semanas se les da por ser temáticas, hoy me enteré de casualidad que Toledo tiene blog propio.

Y, uffff, llegué a lo que quería contar.

Entré a su blog. Su post más reciente habla de cierto romanticismo que él siente ante las máquinas de escribir. Cuenta que es fanático de la Olivetti que pertenecía a su abuelo.

Y dice:

“El ruido del metal contra el papel casi como un disparo, el carro gigantesco que se movía despacio, la campana que suena cada vez que se pasa el margen derecho, las palancas y las teclas... no hay nada como escribir en una buena máquina de escribir”.

Todavía existen varios escritores y periodistas que defienden a muerte el uso de la máquina de escribir. Eduardo Blanco, ex redactor de La Maga, ex Página/12, actual sub editor de Revista Barcelona, guionista creo que del programa de La Negra Vernaci y profesor de TEA, dice que no se puede acostumbrar a la pc y que nada es comparable con el teclado de una buena máquina. Lo mismo, si no me equivoco, dice Andrew Graham-Yooll, entre otros.

Excéntricos. Locos.

En fin. Hace poco, como no me alcanza la plata para una notebook, y tenía cierta necesidad de escribir en lugares distintos a este en el que estoy right now, probé con una máquina de escribir que le robé (le estafé) a mi abuelo.

Pero me resultó imposible. Que no se pueda presionar dos teclas al mismo tiempo (quedan trabadas antes de llegar a la hoja). Me frustra. Por otro lado, tipear en este teclado es lo más.

En fin. Este fue mi comentario a su post:

“M.Cúparo said...

Tengo algo para decir, que sonará bastante terrible para los amantes de lo clásico: me resulta romántico esto de darle al teclado de la pc. Y también he escrito alguna cosa sólo por el placer de teclear. En cuanto a las máquinas de escribir, las odio. No te dejan pegarle a dos teclas al mismo tiempo y son ruidosas. El murmullo recatado que se escucha mientras escribís en la computadora un párrafo entero sin levantar los dedos, y a toda velocidad, está buenísimo.”

Por lo demás, qué fantástico esto de poder, facilmente, decirle algo al tipo del que estás leyendo un libro. Si fuera Joyce, o si fuera 1987, me tendría que quedar con las ganas.

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